Para muchos de los victorenses de hoy, hablar de «Julias» sonará como un camión romántico o una «julia» para llevar infractores de la ley. Las «julias» fueron el transporte de la pequeña ciudad de nostalgias y fortunas de amistad y trabajo.
Una ciudad de apenas 40 mil habitantes que circulaba en estos vehículos semejantes a los autobuses escolares de los Estados Unidos. Las «Julias» eran amarillas y rojas. Las amarillas circulaban del Mercado-Estación y viceversa. Viejos camiones, de duros asientos que paraban en cada esquina desde la Estación del tren hasta el paseo Pedro José Méndez. Un giro del viejo casco urbano para las amas de casa, estudiantes y viajeros regionales que la abordaban para llegar al Parián, el antiguo Mercado Argüelles. La «Julia» amarilla era la más socorrida por la clase media y los citadinos del casco histórico. La roja corría por la zona aledaña al mercado, para continuar por toda la de Matamoros hasta Tamatán, el área más lejana de la ciudad.
Los usuarios de la amarilla eran esposas de profesionistas, empleados de gobierno y jóvenes y niños que la tomaban como un paseo de turismo interno. No eran muy veloces, pero de vez en cuando atropellaban a un transeúnte o chocaban con algún automóvil, uno de los pocos que circulaban por los años 50. Las «julias» murieron como gallinas en un refugio de gallinas cercano a Güémez, convirtiendo el lugar en el cementerio de las «julias».
Las peseras, por el peso y no por el pez, circularon por los 70. Transporte de herencia Defeña, Regia y Tampiqueña, que ya las utilizaban en los años 70. Las peseras fueron un éxito económico para los pensionarios y un desagrado para el público que se apretujaba en sus olores y apretones de nalgas y de guevos. Servicio útil pero inútil. Que llenó los bolsillos de algunos vivillos.
Los micros, más actuales, entraron al quite en esta euforia del pésimo transporte municipal. Los transportistas hicieron dinero mientras arrastraban a los consumidores por la ciudad por decenas de rutas. Ha sido un transporte malo y cada día peor, sin cumplir expectativas de progreso.
Las «Julias» fueron la época de nostalgia victorense, pero fueron una necesidad vital y segura, con el confort de una ciudad pequeña y sana.




