Ayer se nos vino el agua de a montón. Fue una tromba de Donald Trump, pues se dejó caer con todo sobre las calles hasta convertirse en mar y cielo desbordando las banquetas. Una tromba trompa, porque algunos callejeros se fueron de trompa ante los artificios de banquetas y coladeras que salen a la luz con el chorreo de aguas destrampadas. La trompa tromba fue una tómbola porque a todos les dio coscorrones de granizo golpeteando a los coches y cochinos, porque la tromba también le dio a los perros y perras, gatos y gatas, y otros despistados y mojados géneros.
El agua torrente bajo por las calles y se sacudió las pulgas desde la sierra hasta las faldas del mercado Argüelles, llevándose a todos los consumidores con todo y flemas y chaquetas del atardecer.
Cundó el pánico y vi gente correr con Armando Manzanero para protegerse de la lluvia loca de Ricky Martín. Total que fue un desmadre bonito que limpió a la ciudad de su cara malcriada para dejarla limpia. «Nunca la vi tan limpia», exclamó uno apodado el Detergente, de tal manera de que todos los victorenses victorianos teníamos Acapulco en la azotea.
Trompas de Trump como estas son muy buenas porque jalan parejo. Y no discriminan a nadie, porque prietos y güeros les toca bailar con la más fea.
Total que fue un baño de Santos y a todo mundo le cayó como un regalo de alegría y frescura para dormir a la mona y al mono más tranquilos.