CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Son las ocho de la mañana y los familiares ya están preocupados por sus enfermos, por el costo de la consulta, por la espera e incluso por no saber qué padece su hijo o hermano.
Un hombre de 85 años deambula por el Hospital Civil, con pasos lentos y ayudado con una andadera vieja.
Entre sus palabras no hay enojo, «ya pa’qué», Bernardino sólo demuestra tristeza por no estar sano y al notar que el Seguro Popular no le cubre el medicamento de su padecimiento.
«¡Pos no, no me cubre todo!» fueron sus palabras al preguntarle sobre las medicinas que le fueron recetadas por el médico.
Sin tener dónde cocinar, Bernardino ha hecho un trato con doña Carmen, una de las vendedoras de gorditas que se encuentran en la zona.
“Lo que pasa es que me dan despensa y yo le llevo de a poquito, para que me dé unas gorditas, no le doy toda porque no se le vaya a olvidar”, explica mientras sonríe.
Sentado para comer, platicó sobre su padecimiento: “Yo estoy malo de la pierna, y del ojo”, comentó el hombre, quien vestía pantalón azul y tenis desgastados.
Contó que más que el Seguro Popular, quienes le han ayudado son los religiosos que acuden a las afueras del Hospital Civil, ya que ellos le dieron la andadera y le completan su medicamento.
En el hospital Civil de Victoria, uno de los recintos más antiguos del país, se puede observar, de cierto modo, la desesperanza y es frecuente ver a personas durmiendo en los alrededores o buscando con qué pagar la consulta.
Jorge, un hombre de edad adulta, con poco cabello y una larga trenza, se encontraba recostado en el fondo del patio interno del hospital, junto a él se hallaban dos mujeres, también sobre una cobija.
Relató que él es originario de Tula pero residen en Reynosa y hace dos semanas recibió una llamada, su padre se había puesto malo y fue trasladado a Victoria. “¡Me dijo vente que papá se puso malo!” De inmediato viajó a esta ciudad y al no tener familiares no tuvo de otra más que dormir en el hospital. “Aquí tengo dos semanas, a veces estoy adentro, en ocasiones afuera y aún no sé bien qué tiene mi papá”.
Sin levantarse de su cobija, la cual había tendido frente a un muro, afirmó que aún no tiene fecha para que su padre sea dado de alta ni tiene idea de cómo le hará para pagar la cuenta. “La verdad no sé qué onda, ni cuánto vaya a ser lo que tenga que pagar”.
Como él, se encuentran tres hermanos en el patio exterior del hospital y una persona de la tercera edad, María, quien había pasado la noche en vela y ahora el sueño la vencía.
Aquí el paciente sufre, pero también los familiares…
Cuando el dinero no es el problema…
La falta de dinero no siempre es la desesperación más grande, ya que hay quienes tienen y no pueden ser intervenidos por falta de donantes.
Tal como lo dijo una trabajadora del Hospital General, las personas no acostumbran a ser donantes, ni de sangre ni de órganos.
“Algunos incluso, ofrecen dinero a cambio de una o dos unidades”, explicó la enfermera.
Esto se debe a que hospitales como el General tienen como regla «no intervenir a ningún paciente quirúrgicamente si antes no ha donado dos unidades de sangre o consiguieron dos donadores», explicó la mujer, quien se encontraba sentada en su escritorio a un lado de caja.
¿Qué tan difícil es encontrar un donador? Pues mucho ya que según la mujer, el victorense no tiene la cultura de hacerlo, por lo que los familiares de los enfermos o mujeres embarazadas recurren a amigos para pasar la voz hasta hallar un “salvavidas”.
Es común en los sanatorios el tardar horas para ser atendidos, incluso los maestros expresan que ir al ISSSTE es igual a perder toda la mañana.
En la sala de consulta del Hospital General, un señor de tez morena habla fuerte mientras maldice. Su rostro se llena de impotencia.
“¡¿Pero por qué el estudio te lo ordenaron hasta el próximo año?!, ahorita estás bien en ese entonces ya no!”. Junto a él, su madre, una señora de más de 70 años, quien en la manos sostenía un sobre.
Rafael M. se encontraba muy molesto pues su madre padecía un mal y los estudios se los habían encargado para el próximo mes, seguramente en su enojo exageró las palabras al decir que era el próximo año, aun así los tres consideraban que son muchas semanas que tenía que esperar para ser consultada y revisar el resultado de los exámenes.
A pesar del disgusto de la familia no le quedaba de otra más que esperar y rezar para que la señora no empeorara con el tiempo.
En el Instituto Mexicano del Seguro Social la espera es muy larga, en cada una de las salas de consulta hay por lo menos cincuenta personas y otras 17 más formadas para el medicamento.
Mientras tanto en otra banca dos mujeres habían metido un paquete de contrabando.
Se trataba de unas flautas de huevo con chile y deshebrada. Rápido se colocaron de frente sobre una de las bancas de metal y procedieron a almorzar. “Ya hacía hambre, no aguantaba más” le dijo la mujer mayor a quien salió a los puestos para comprar la comida.
La espera también sirve para hacer amistades, de esta forma lo vieron dos mujeres de la tercera edad que, final de cuentas no importa mucho el estrato social al que pertenezcan la una o la otra, la espera para ambas es la misma.