Artículo de primera necesidad es el güevo. La moneda verde nos ha pintado de morado a los güevos. Lo que antes era una figura celestial como la yema y la clara, hoy es tan solo un ovoide volátil que pasa zumbando los oídos y nos roza los labios. Suspiramos por los güevos de juventud que no estaban estrellados. Eran güevos duros, entrones, como un dulce sabor de boca sobre las bocas rivales. Con güevos crecimos y con güevos nos amanecimos. Vino la madurez y los güevos adquirieron prestancia y hasta elegancia a la hora de la muerte, amén. Eran unos güevos sonrosados y por las noches azulados para delicia de los y las comensales. Eran güevos de lujo, compactos, bien dotados que causaban euforia y alegría en la vida loca de Ricky Martin y los suyos. Güevos duros a la hora de mandar en casa o en la oficina eran una buena medicina. Mi papá, Don Pancho, decía : «Güevos en esta casa nunca faltan». Y de verdad era de muchos güevos. No era como otros, un güevón, porque mi padre trabajaba mucho para contar con güevos para todos en la casa.
Llegamos a la edad de los vejestorios, la llamada y burlona tercera edad y los güevos se fueron desvaneciendo, perdiendo su valor y forma oval. Son unos «blanquillos» como decía la Tia Matiana, desinflados, testarudos y de zoquete.
Ya cuando se llega a la edad de las desilusiones, los güevos que otrora eran erguidos, orgullosos y marciales, se convirtieron en payasos de feria, en tigres en escabeche, en chiles jalapeños picosos pero sin aire.
Los mejores güevos son los de la edad madura, güevos duros y controlados aún con el alza de los precios. Nada de güevos estrellados ni divorciados. Nada de güevos revueltos, nada de arroz con un güevo enmedio, Nada de güevos traicioneros. Eran buenos güevos, firmes y bien plantados. Hoy el precio del güevo va a la alza, en las nubes, pero en nosotros, la generación terciaria, van a la baja y ya nadamás nos queda un suspiro y una lágrima.
