Los cambios, asienta la siempre tan acertada sabiduría popular, son para mejorar.
Bueno, por lo menos deberían ser para eso.
Viene al caso esta frase por lo que acaba de hacer el presidente Enrique Peña Nieto con una buena parte de su gabinete. Casi no dejó árbol en pie el mandatario en el primer real golpe de timón que propina durante su administración.
Sería ocioso repetir en este espacio la lista de los ajustes aplicados. Usted puede leer los nombres de los implicados en cualquier periódico de hoy o lo pudo hacer desde ayer en cualquier portal, así como escucharlo en televisión y radio. Omito esa parte para no aburrirlo más de lo acostumbrado.
Pero lo que no está de más en la opinión de su servidor, es un lastre que vuelve a ponerse en evidencia dentro del sistema político mexicano. Es una vieja práctica que en gran medida es la culpable de la enorme ineficiencia que caracteriza al sector público, sin importar su orden, sus alcances o su importancia. Y la acaba de volver a hacer vigente el Presidente.
¿Cuál es ese lastre?
La convicción, por lo menos así parece en un viciado juego de palabras, de que todos los funcionarios públicos son buenos para todo.
No importa en dónde se les acomode, no importa qué es lo que deben hacer, no importa si tienen experiencia. Por el solo hecho de ser funcionarios pareciera que poseen la sapiencia de un genio o las habilidades de un mago.
Véalo por usted mismo. Para lograrlo, sólo citaré los casos más relevantes de este intercambio de posiciones disfrazado de cambios.
De la noche a la mañana resulta que la señora Rosario Robles, que se decía era un portento para las causas sociales, ahora es una experta en temas agrarios; Aurelio Nuño, que hacía gala de dotes maquiavélicas resulta que tiene la sensibilidad de un maestro; a José Antonio Meade, de ser un diplomático de excelencia se le descubren atributos de benefactor comunitario; Claudia Ruiz Massieu Salinas, que era una publirrelacionista non para atraer turistas ahora es nada menos que una estratega para las relaciones internacionales.
La lista resumida incluye a dos ex gobernadores, que en un rango menos escandaloso también muestran cómo se puede ser mandamás de un Estado y de la noche a la mañana ser el sabelotodo de asuntos médicos como es el caso del antes mandatario de Chihuahua José Reyes Baeza en el ISSSTE; o el de José Calzada Rovirosa de Querétaro, a quien parece que le acaban de detectar que es la octava maravilla en productividad agrícola y ganadera.
Así se maneja la política mexicana. Aunque parezca una redundancia, al estilo mexicano. Los cambios son como habitualmente sucede, el de cambiar para un efecto en la percepción pero no en la acción.
Y aquí me atrevo a formular un buen deseo.
Ojalá me equivoque. Ojalá esté cometiendo una soberana injusticia al pensar como lo expuse líneas arriba. Ojalá que todos los nombramientos efectuados por el Señor Presidente sean lo que el país demanda y que los resultados den a México la tranquilidad social, la estabilidad económica y la dinámica de desarrollo productivo que requiere con urgencia.
Pocas cosas me darían más gusto –con la excepción de que me sacara la Lotería y sin comprar billete– que Enrique Peña Nieto demostrara a propios y extraños que conoce al dedillo las necesidades nacionales y ha tomado las decisiones correctas.
Es un buen deseo sin duda, pero se empaña por una mala costumbre que no logro quitarme de encima:
Hace tiempo que dejé de creer en los Reyes Magos…
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