CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- No existe pueblo o comunidad rural igual en Tamaulipas. Quizás tampoco en el resto de México. La razón es inobjetable: es un semillero de niños genio.
El poblado Guadalupe Victoria, en un rincón del municipio de Abasolo, es donde se hace más evidente el impacto que es capaz de mostrar la fuerza redentora de la educación.
Es en esa comunidad, donde el pueril rostro del niño resplandezca de orgullo cuando el maestro pone entre sus manos herramientas cómo el alfabeto y el libro de texto gratuito, con las que aprenden a leer y escribir.
Guadalupe Victoria es un pueblo que sufrió como pocos, los excesos que resultan de la inseguridad y ahora que los habitantes creen ver que en el horizonte una aurora nueva, la recuperación llega a compararse con el milagro de ver cómo se escribe el destino de un niño que remonta el vuelo como ave, tras resurgir entre escombro y ceniza que resultaron del difícil trance.
Este poblado forma parte del catálogo de comunidades llenas de tristeza, donde la gente no ha tenido siquiera reposo para comenzar el “recuento de los daños”. Los recuerdos trágicos están en todas partes y vagan como alma en pena.
Y de esta manera, los sitios más concurridos resultan la escuela y la iglesia. Por las mañanas, los niños se reúnen en torno al maestro. Caída la tarde, los adultos se van a los templos.
Los primeros no se cansan de estudiar. Los otros no paran de rezar.
ALIMENTO DEL ALMA
No obstante el nivel de inseguridad que llegó a padecerse, los maestros han dominado durante años sus temores y se presentan día tras día en la escuela, sin pedir gratificaciones extraordinarias o aumento de sueldo. Simplemente se han limitado a observar el extraordinario resultado de su trabajo:
Hasta ahora, ocho de sus alumnos han sido declarados en Tamaulipas los mejores estudiantes. Los ocho han sido reconocidos por presidentes de la República y el ejemplo más reciente es con Enrique Peña Nieto. Ningún otro caso se iguala al de Guadalupe, como sencillamente llaman los lugareños a esa comunidad.
La razón por la cual se ha recompensado a ese número de estudiantes de primaria de la escuela “Estefanía Castañeda”, otorgándoles el alto honor de visitar al Presidente en Los Pinos, es gratificantemente reveladora en un lugar como este, donde la letra parece ser pan, porque los niños parecen tener hambre de saber.
A la fundación de este pueblo, ocurrida hace poco más de 30 años, maestros generosos llegaron. Los pioneros poco sabían, pero se les recuerda con respeto, porque fueron trascendentes en la formación del individuo nuevo. Y es que lo que sabían lo pusieron sin reserva al servicio de la niñez.
Maestros hay –en cambio- de conocimiento espléndido, pero ni lo que saben resulta suficiente para cubrir el ansia del pequeño que quiere aprenderlo todo.
Cuando el profesor Eduardo Martínez Torres, se presentó en Guadalupe Victoria como candidato, los hombres y sus mujeres se vieron precisados a elegir entre rehabilitación de caminos y otras obras sociales. La gente decidió pedir por la escuela. Solicitó restituir cristales, reparar techos que trasminaban, abrir un comedor e instituir el programa de desayunos escolares.
Tal vez por esta razón, pocos pueblos hay en el Estado donde el niño asista con emoción a la escuela, como sucede en este pueblo.
Y es que el aliciente no es cualquier cosa. Los niños en esta comunidad tienen por cierto que al final de una jornada de seis años, el alumno de primaria que presente mejores calificaciones, tiene asegurado boleto a la ciudad de México para estar al lado del Presidente de la República. Han probado en ocho ocasiones que es posible.
No existe ilusión más grande en la mente del pequeño alumno que pueda superar el privilegio de estar ante el hombre que gobierna al país y estrechar esa mano.
GANAR SE HIZO COSTUMBRE
En un periodo de 15 años, que comenzó a partir del 2000, un total de ocho niños y niñas que estudian en la única escuela existente en el pueblo, ganaron –cada uno en su oportunidad- el derecho de representar a la niñez estudiosa de Tamaulipas.
El primero fue Agustín Hernández Prieto, quien no podía dar crédito a la noticia, cuando su maestro Roberto Carlos Flores Pérez le dijo que le habían declarado el mejor alumno de todas escuelas de la zona centro del estado y ante ese solo hecho, debía de ponerse a preparar maletas porque el presidente Ernesto Zedillo Ponce de León quería conocerlo. Esa noche, Agustín no durmió.
En el año 2000, la niña Vanesa Hernández Santillán viajó hasta la ciudad de México y en la residencia oficial de Los Pinos, estrechó la mano del presidente Vicente Fox Quesada y de su esposa Martha Sahagún. La pareja presidencial también recibió durante ese sexenio a los niños Idalia Esthela Sánchez San Juan y a César Augusto Mora González, cuando por méritos propios ganaron este premio que instituyó el Gobierno de la República para estimular a los niños que perseveran en el estudio.
Un caso único, lo constituyen tres hermanos dotados de una capacidad impresionante. Carlos Balderas González y sus hermanos Saúl y Angélica de los mismos apellidos, viajaron en años consecutivos a la ciudad de México para saludar al presidente Felipe Calderón Hinojosa y a su esposa Margarita Zavala de Calderón.
En tiempos más recientes, Diego Guadalupe Rodríguez Prieto también estuvo en Palacio Nacional para saludar al presidente Enrique Peña Nieto.
DIOS ESTÁ CON LOS BUENOS…
El Nuevo Centro de Población “Guadalupe Victoria” es un núcleo urbano que concentra 13 ejidos, pertenecientes al municipio de Abasolo, los cuales empezaron a poblarse hace poco más 30 años con familias que arribaron provenientes de comunidades del municipio de Padilla, que quedaron inundadas cuando las compuertas se cerraron y la “presa Vicente Guerrero” empezó a almacenar volúmenes extraordinarios de agua.
Su gente es de carácter apacible. Fieles a sus convicciones y principios, las familias sobreviven en una estructura productiva que se sostiene en dos pilares fundamentales: agricultura y ganadería.
Guadalupe Victoria es una comunidad trabajadora que profesa la religión es un pilar social allí- la creencia firme en un Dios justiciero.
La permanencia de las familias en este lugar -no obstante el castigo inclemente de la inseguridad- la explican los propios lugareños en dos caminos:
«Aquí todos, hombres y mujeres, sentimos amor profundo por esta tierra, que es generosa y pródiga. Y por otra parte, tenemos la seguridad de obrar bien, pues escrito está que Dios está con los buenos…”




