Lei noticia «sobre puestos de comida ahogan hospitales». Verdaderamente me alarma la cantidad de fritangas volátiles y estacionarias que asfixian a hospitales y escuelas públicas creando un cinturón de olores y desperdicios que flagelan la belleza y la salud. En el caso de los centros hospitalarios es una horrorosa cadena de abusos de parte de los fritangueros que roban el espacio público y se pasan por el «arco del triunfo», esto es, por los güevos, el ordenamiento municipal . En el Hospital General NTZ, es tal el abuso, que hasta un masajista tiene su centro de operaciones entre bolear y el cajero Banorte, como si fuera un pequeño centro de salud. Los taqueros, invaden banquetas, se trasladan en vehículos motorizados usurpando la libre vía. Los usuarios del hospital van por la rúa como aguinaldo de juguetera parafraseando a Ramón López Velarde.
Cinturones de fritangas, suciedad, grasa para resbalarse, obstruccionista del libre tránsito, fealdad móvil o estable opaca la belleza del hospital. Estos puestos de comida han invadido el área donde la gente se pueda sentar o estacionarse. Se acomodan en una orden de tacos o en un plato de pozole. Para hablar por teléfono, el público tiene prendido el auricular, está claro que el auricular siempre lo trae prendido. De tal forma que charla, habla, vocifera entre los mil sabores de la comida marginal.
No estoy contra los trabajadores del ramo taquero. Estoy en contra del abuso sobre la vía pública, de la falta de higiene, de la horrorosa visión del entorno urbano.
Imposible que con esos adefesios gastronómicos se puedan curar los usuarios al hospital. Es un paisaje de espanto, de alto voltaje, un cinturón que no es de castidad sino de sanidad. Poner en su lugar a estos puesteros es pararles los tacos. Bien que luchen por la vida y más en estos tiempos inflacionarios. Pero que no nos inflen los pulmones de olores chicharroneros.