Es tan estrecha la conexión entre algunas dinámicas originadas en los medios y el desarrollo de sentimientos, proyectos, liderazgos y movimientos populistas y antiestablishment, que la Enciclopedia de la International Communication Association (ICA) ha adoptado ya el concepto de Mediated populism.
A este enfoque, se agrega ahora otro, en todo caso complementario, del analista del Washington Post, Dan Balz, sobre el triunfo arrollador de Jeremy Corbyn, un viejo líder de la izquierda tradicional— hasta el domingo pasado, marginal—para dirigir el Partido Laborista Británico. Lo atribuye a que en tiempos de inseguridad económica global —y de ánimos antiestablishment como los que se viven en el mundo— “lo inesperado ya no es impensable”.
Balz agrega que en medio de ese ánimo antiestablishment tiende a valorarse más la percepción de autenticidad que la de destreza política. Y en los términos de este debate, Tony Blair, el eficaz líder que en la Inglaterra de entre siglos regresó al laborismo al centro izquierda —y al poder— por más de una década, augura ahora que Corbyn sólo agudizará la marginación electoral de ese partido.
Esa eventualidad ya está descontada en los estudios que ponen el énfasis en el papel de los medios en los ciclos de auge y decadencia populista. En las fases del auge, más allá del clientelismo político de alguna prensa, son, sobre todo, motivaciones comerciales las que suelen conducir a las empresas informativas a engancharse en coberturas empáticas de los líderes de este tipo. Y por tanto son los mismos medios los que generan aquellas percepciones de autenticidad y de aceptación popular de líderes que dicen romper con las formas de la política del poder… para alcanzar el poder.
Auge y decadencia. Pero el de los grandes medios comerciales y los movimientos populistas suele ser un matrimonio corto —o un affaire— de mutua conveniencia. Los dos buscan ganarse a la “gente común”. La sola palabra agrega valor mercantil a las ofertas y productos de los medios. Se trata del valor noticioso del conflicto, del antagonismo, que atrae lectores y audiencias, que a su vez llaman anunciantes.
El profesor de la Universidad de Milán Gianpietro Mazzoleni registra el recurso del líder populista de victimizarse como el valiente que lleva las de perder ante el establishment,
mientras reúne multitudes con discursos abrasivos y lleva a sus seguidores a escenificar desplantes controversiales altamente mediáticos.
En The media and neo-populism: a contemporary comparative analysis, Mazzoleni y sus colegas identifican diversas etapas en el ciclo de vida de estos movimientos.
En la inicial, los medios aportan sus narrativas dramáticas sobre los padecimientos del país, con el efecto de disparar la ira popular y los odios políticos, el clima ideal para la diseminación del mensaje populista. Pero finalmente llega la etapa de la decadencia, cuando el ciclo populista alcanza su nivel de incompetencia política o gubernamental y los mismos medios pasan a encabezar la demolición de sus liderazgos.
2016/2018. Los estudiosos del tema suelen diferenciar el populismo de los países ricos, frecuentemente de derecha, del populismo de nuestros países, supuestamente de izquierda.
Pero en la globalidad, los efectos de uno y otro inciden más allá de las fronteras. La criminalización de las migraciones por el populismo de Trump en Estados Unidos busca culpar a los migrantes de los problemas de ese país, tanto como el populismo en Latinoamérica sataniza los flujos de la economía global o se dispone a sustituir el sistema de partidos por liderazgos carismáticos o caudillistas como los que se aprestan a impulsar en México en 2016 y 2018 viejos y nuevos exponentes del discurso antiestablishment, a partir de sus importantes avances en 2015.
Pero la duración de la fase de auge y la llegada de la decadencia de los ciclos populistas dependen de factores más complejos que las simplificaciones comunes del discurso de estos
liderazgos. Habrá que ver.