CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- La madrugada del 19 de Septiembre de 1955 es uno de los recuerdos inolvidables del escritor Juan Jesús Aguilar, “Hilda”, fue uno de sus primeros huracanes, Juan Jesús, el entonces niño tampiqueño tenía apenas 10 años de vida, la imaginación aún le decía que había unos enanitos en la radio que daban las noticias, así lo plasmó en su libro “Del Viejo Río”, premio estatal de literatura 2011.
A él le despertaba el golpe de puertas y ventanas, no había energía eléctrica y sólo el viento y la lluvia rompían los vidrios. “Se nos caía el cielo a pedazos, los mares y los ríos”.
Ese día, Juan Jesús creía que terminaba su existencia, eran las cuatro de la mañana… escribió Juan Jesús Aguilar, años después para inmortalizar sus recuerdos.
A las seis de la mañana del 19 de Septiembre nadie había podido conciliar el sueño, los vientos de “Hilda” coleaban, “Hilda en su locura”, describe Juan Jesús y añade: “ El huracán más violento que la muerte sobre la muerte, más furioso que una bestia herida, se solazaba en el dolor del pueblo ya mutilado, saltaba de puro gusto sobre la primera destrucción global; había vuelto por el resto, y terminó de rozar aquellos despojos porteños tumbando hasta las ganas de vivir de muchos de nosotros”…
Muchas familias había perdido un techo en su vivienda, habían sentido la fuerza del viento en su cuerpo mientras corrían a refugiarse en otro espacio, no había luz y con todo humedecido ni oportunidad de hacer una fogata.
¿Por dónde comenzar?, la luz del día develó una escena apocalíptica, algunos habían perdido a sus hermanos, a los hijos, no había medicina, no había comida ni ropa seca.
Seguramente temblaron los sueños…
“La mayoría de las familias estuvieron en la ciudad esperando a que se compusieran las cosas. No había luz eléctrica, no había medicamentos, ellos querían ir a un lugar donde tuvieran todos estos servicios. Claro que había gente que tenía la capacidad económica de tener todo esto, pero los menos pudientes tuvieron que soportar esta situación. Los norteamericanos fueron en realidad muy espléndidos en cuanto al tipo de alimentación. La plaza de Armas se convirtió en un lugar en donde la gente tendía la ropa, había grandes comedores, fue todo un sistema de guerra el que se instaló en ese momento. La ciudad estuvo a punto de desaparecer… que se levantara realmente fue un milagro”, dice el cronista de Tampico Marco Flores.
“Yo fui de esas personas que estuvieron comiendo en la plaza”, dice el Maestro Rafael Céspedes…
“Los gringos nos daban de comer, yo me formaba con mi plato ahí en la plaza de Armas. Yo no estaba casado entonces. Yo vivía en Palacio, no iba a la casa. Los americanos pusieron ahí sus cocinas y ahí se arrimaba uno. Nos daban ropa que habían traído también. Yo en ese tiempo aún no trabaja en la universidad. El municipio nos seguía pagando el sueldo de la Banda de Música. Por eso no faltaba. Pero a mi casa no iba porque no se podía ingresar y no había qué comer. Yo no recuerdo cuánto tiempo viví en el Palacio, pero estábamos jóvenes qué importaba el tiempo”, dice el Maestro Rafael Céspedes.
Con la llegada de los norteamericanos, los tampiqueños que requerían otro tipo de atención, salían vía área de Tampico.
Los boletos de avión los otorgaba el alcalde privilegiando entonces a las mujeres y los niños.
“Los pases los daban el alcalde. El helicóptero aterrizaba por donde está el Country Club. En Palacio nos daban donde dormir y no hacía frío. En ese tiempo éramos muy jóvenes que no sentíamos nada y nos quedamos ahí”.
La fotografía de Juan Nava Baltiérrez daba la vuelta al mundo diez días después cuando llegó la avenida del río Pánuco que terminó por hundir la ciudad y al menos el primer piso de muchos edificios.
“Esa foto de “La Ola” me la compraron hasta para enviarla a otros familiares, me la compraron para otros periódicos, no sé cuántas veces la imprimí para venderla, pero eso me sirvió para pagar los gastos cuando falleció mi hermano mayor, diez días después que escapamos de la casa. Desde entonces yo fui el mayor de la familia. Cuando llegamos a buscar a mi madre creían que todos estábamos muertos, reencontrarnos fue llorar, pero al final quien sí falleció fue él”, recuerda Juan Nava Baltiérrez.
La cámara fotográfica de don Juan se había quedado en el estudio de Carlos Alvarado, el Fotoestudio “Tampico”, en aquella tarde don Juan había entregado unas fotos en la colonia Águila, la parte alta de Tampico y al llegar al crucero de la calle Altamira y Aquiles Serdán, don Juan vió que venía el agua del río Pánuco.
Para sobrevivir en medio de aquella desgracia, la madre de don Juan todos los días salía en busca de un nuevo espacio para vivir y así transcurrieron tres meses.
“Enviaban ayuda del Distrito Federal e invitaban a las personas que desearan salirse de Tampico. La gente estaba muy agradecida que ahí en el Country Club recibieron a los norteamericanos y los despidieron también cuando tuvieron que irse”, recuerda don Juan.
Esa despedida tardó algún tiempo, porque siete días más tarde el lunes 26 de Septiembre el puerto de Tampico recibía a “Janet”.
Para entonces ya las personas habitaban arriba de los techos. Sufría Valles, Pánuco, Tempoal, El Higo, Altamira.
Por esos tiempos de angustia se recuerda la invasión de paz de los marines norteamericanos al mando de Edward Milton Miles. Nadie olvida a los portaaviones Saipan y Siboney y Carlos Patterne, al frente de la Cruz Roja Nortemaricana.
“De los americanos aprendimos lo que es la protección civil. De hecho lo que en México se sabe de la protección inicia cuando se conocen esos operativos norteamericanos establecidos con el ejercito de Estados Unidos en Tampico”.
Al paso de los días, los periódicos anunciaban que aquel que no apoyaba a la reconstrucción de la ciudad no sería alimentado por los grupos de asistencia.
Sin embargo, Marco Flores, cronista de Tampico, dice que se pedía la participación de los damnificados para apoyarlos con un salario. Se manejó mucho en ese sentido, pero en realidad era como un trabajo y se apoyaba a la ciudad que había quedado devastada. El participar debió ser sin un salario, pero sí otorgaron estímulos económicos”.
La industria se perdió en aquella época y así apareció el corredor industrial de Altamira.
Hoy la naturaleza amenaza de nuevo el deshielo en los polos, el cambio climático orillan a pensar en la violencia de la naturaleza y Tampico podría estar amenazado otra vez… “Parece de ficción, pero nosotros tenemos un fenómeno contrario, por alguna razón la costa de Tamaulipas se desgasta por la entrada de las grandes corrientes que ingresan al Golfo de México y toda la arena es como la barra. Nosotros estamos creciendo. Si vienen a Tampico cada año van a encontrar medio metro más dentro del mar, el fenómeno es extraño. A Altamira sí le está afectando esa pérdida de costa. Pero esa pérdida de costa imaginen que viene y se acumula y la barra la capta y se hace una extensión de tierra mayor. Curiosamente por ese mismo efecto a nosotros nos ocurre diferente”. La amenaza acecha cada año… “Ya saben que la gente cree en Tampico que son los marcianos los que protegen por tener una base en el mar y los de creencia religiosa consideran que desde 1967 estamos protegidos, porque en 1966 “El Inés” fue el último ciclón que pegó aquí. Y se hizo una imagen de la Virgen del Carmen que se cree es la protectora de Tampico. Pero bueno, Nueva Orleans también tuvo un tiempo de calma hasta que tuvo un gran impacto”, concluye Marco Flores, el cronista de Tampico.






