Sucedió días después del Tercer Informe de Gobierno. Uno de los grandes empresarios mexicanos, como suele hacerlo con regularidad, convocó a sus pares –varios de ellos tiene la capacidad económica para mover el Producto Interno Bruto- para comer con un invitado de lujo, el presidente Enrique Peña Nieto, que acudió solo.
Quizás el presidente podía haber esperado un encuentro cálido y solidario, aunque franco, con ese grupo de empresarios.
No le fallaron. Lo único, de acuerdo con una reconstrucción de lo que ahí sucedió, es que la franqueza empleada por algunos de los presentes, dejaron al presidente frío, mudo, e incluso desencajado, por algunas de las cosas que escuchó.
La charla comenzó con una pregunta-duda de Peña Nieto: ¿por qué critican tanto a México en la prensa extranjera? No lo saben los empresarios, pero en el equipo del presidente dicen que los problemas que enfrentan con la opinión pública tienen que ver exclusivamente con la prensa que les es negativa.
El ex jefe de Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, tenía a una persona –hoy director de Comunicación Social en la Secretaría de Educación Pública-, que cada semana presentaba en las reuniones de los lunes en Los Pinos un reporte de quiénes eran los y las periodistas más críticas, y los medios que observaban la realidad mexicana bajo ópticas diferentes a la suyas.
Para ellos sería el castigo, reflejado de diferentes formas –este tema se explorará en el futuro-, el remedio.
Ahí mismo estaban convencidos –aún persiste esas impresión- que la prensa extranjera estaba manipulada por Carlos Slim, en The New York Times, y el ex presidente Carlos Salinas, en The Wall Street Journal, lo que motivaba las olas negativas de opinión pública en el mundo.
Bajo ese simplismo analítico en el equipo de colaboradores presidenciales, Peña Nieto parece haberse formado la idea que expuso a los empresarios: ¿por qué los ataques a México? Varios empresarios tomaron la palabra en la misma línea de pensamiento de Peña Nieto, según la reconstrucción de la comida.
Son los estadounidenses, dijo uno de ellos, que quieren quedarse con el petróleo. El imperialismo norteamericano, bajo esa racional, era el causante de todo. En ese entorno, se oyó otra voz.
El empresario –las fuentes no quisieron revelar los nombres de los empresarios, tanto del anfitrión, como de los participantes en la plática- se preguntó si era sólo México. De ninguna manera.
Pidió que se observara lo que sucedía en América Latina. ¿No fueron los estadounidenses quienes destaparon la corrupción en Brasil?, preguntó como si fuera respuesta.
La realidad es que no fue la prensa extranjera la que destapó la corrupción en Brasil, sino la revista brasileña Veja. ¿No fueron los estadounidenses quienes destaparon la corrupción en el gobierno de Cristina Fernández en Argentina?, agregó. En realidad fue el diario bonaerense Clarín, que se enfrentó a ella, lo que exhibió sus abusos. ¿No fueron los estadounidenses quienes destaparon la corrupción del hijo de Michelle Bachelet?, siguió.
No, fue la revista chilena Qué Pasa. ¿No fueron los estadounidenses quienes se metieron contra el ex presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina? La corrupción, subrayó, era el común denominador de la preocupación de Washington en el continente.
¿Y México? El empresario continuó: la prensa (mexicana) sacó lo de la casa blanca, y la extranjera (The Wall Street Journal) la casa en Malinalco del secretario de Hacienda. Los medios (The New York Times sumado al final de todos) difundieron los conflictos de interés con el Grupo Higa.
El empresario no incluyó el caso de OHL México, cuyos audios incriminatorios fueron dados a conocer originalmente por el diario español El País, donde Roberto Alcántara, como cabeza de un grupo de empresarios mexiquenses, es propietario del 9% de las acciones de Prisa, que edita ese periódico.
¿Es falso?¿Es un ataque contra México? Si fuera un ataque contra México, todos estaríamos unidos en la defensa, añadió el empresario. No son ataques dirigidos a una nación, sugirió el presidente, sino revelaciones sobre corrupción que han sido una constante en los medios de comunicación.
La prensa extranjera y algunos medios y periodistas mexicanos –incluido quien esto escribe-, han cuestionado la poca sensibilidad de Los Pinos al no admitir que un conflicto de interés no implica necesariamente un acto ilegal, pero sí genera percepción de corrupción. El tema de fondo no es de legalidad, sino de legitimidad.
Las palabras del empresario fueron escuchadas sin interrupciones. Quienes reconstruyeron los momentos de esa comida, describieron cómo la cara del presidente fue perdiendo su color. “Estaba blanco”, ilustró la fuente, a la que hay que adjudicarle toda la subjetividad que ello implica. “Se le fue la sonrisa; se puso serio”.
Pero el presidente, afirmó, no dijo nada. Nunca antes, en las contadas reuniones a solas que ha sostenido con los empresarios, Peña Nieto había escuchado la crudeza de cómo ese sector de tomadores de decisiones económicas, observa y analiza su gobierno.
Fue el encuentro más crudo que han tenido, hay que insistir, en el cual se abrieron solamente porque no iba acompañado de su eterno escudero, el secretario de Hacienda, o su alter ego, el actual secretario de Educación.
No hubo mucha elaboración después de esa parte de la conversación, hasta que la plática derivó hacia otro tema, de clara preocupación para muchos de los ahí presentes: Andrés Manuel López Obrador. Lo que comentaron, será motivo de otra columna.
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