Todos los días lo primero que reviso son los obituarios, esos anuncios de misas y defunciones que nos alteran los sentidos, porque el asombro de los que estiran la pata son de nuestra edad y algunos que han tomado el camino a lo eterno son más jóvenes y, sin embargo, ahuecan el ala para tomar el aire.
Por las mañanas, en torno a mi taza de café, leo estos anuncios de la gente que ha colgado los tenis y ya agarró vuelo «al más allá», o al más acá. Para el caso es lo mismo.
Morirse es más caro que vivir, tal vez por eso hay personas que no le temen a la muerte y prefieren mejor elevarse que permanecer con los pies en la tierra.
Es que cargar con el muerto pesa mucho. Ya no se usa el ensabanado, ni el petate. Ahora pura madera fina, puro entorchado y acabados de cedro y caoba. El muerto o muerta va bien peinado o peinada. Les ponen tocados y trajes como si fueran a la primera comunión. Los visten elegantemente, perfuman, les aprietan las mandíbulas y los dejan como recién pintados.
Morirse no es cosa fácil y es un pesar moral, pero más pesar en lo económico porque los precios de las funerarias están por los cielos. Como si en el cielo se fueran a pagar las pompas del muerto.
Cuando murió mi padre, Pancho Rosales, acudí a la funeraria Arredondo para ver precios y estilos de ataúdes. El Señor Arredondo, siempre cortés me dice:» Uno no quisiera que se muriera nadie, pero de algo tenemos que vivir…» Yo le contesté, sí, lo comprendo, y llegamos a un arreglo sobre el costo de las pompas.
Hay que gente que se muere de risa, en la maroma, en el guayabo, en el coche, de cardiacazo. Pero estiran la pata pobres y ricos. No siempre hay democracia en esto, pero al final, todos estiran el pescuezo.
Ahora ya no entierran gratis, ahora hay que morirse con seriedad, porque lo bueno está en la hora de pagar el pato, o el muerto. Todo está caro, la caja, los dolientes, los avisos en el periódico y la radio. Ya la gente no llora como antes, ahora festeja como si fuera un día de campo. El muerto al pozo y los vivos al gozo. «No somos nada, dijo la doliente, no somos nada del muerto pero como en las bodas aquí estamos».
Todas las mañanas reviso las esquelas y espero no encontrarme allí, entre los champujones, entre los trajeados y perfumados que se los cargó el payaso o la parca. Dios no se lleva los despojos, Dios sólo se lleva el alma del muertito porque es mas ligera. Dios hace balance de a quiénes se lleva y cuántos deja vivitos y coleando. Pero es muy costoso morirse, más caro que vivir. También Dios lo sabe.




