Dicen que siempre que se le preguntaba, lo evadía y hasta le molestaba; pero el sábado fue diferente.
“¿Verdad que usted es hermana del Sub Comandante Marcos?”, le preguntaron a la diputada Mercedes del Carmen Guillén Vicente en un palco del Estadio Tamaulipas mientras veía un partido de la Jaiba Brava, donde me tocó estar y atestiguar el momento, histórico sí, pues Paloma y Marcos, hasta ese día, no eran públicamente hermanos, al menos no de viva voz y menos ante los medios.
Esta vez no lo negó, asintió con la cabeza, con la mirada y con la voz que apenas salía de la garganta que minutos antes vitoreaba a los jugadores del Tampico-Madero.
Polos opuestos, quién sabe si desde su nacimiento, pero al menos sí desde hace poco más de dos décadas, son Mercedes del Carmen y Sebastián Rafael, ambos nacidos del mismo vientre, formados en el mismo hogar y con los mismos valores, aunque tomaron caminos distintos.
Tan parecidos y diferentes a la vez; ella, optó por la formación académica y el servicio, la disciplina partidista y el poder público, estar a la vista de la nación, su menuda estatura contrasta con el peso dentro de la política no sólo de Tamaulipas, sino de México, donde eligió usar un sobrenombre: Paloma.
Él, anarquista y rebelde, de rostro oculto tras un pasamontañas, empoderado por un grupo débil y olvidado: los indígenas chiapanecos, por los que saltó a la escena nacional el uno de enero de 1994, como líder guerrillero del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional.
Él también eligió un sobrenombre que lo puso en el plano mundial, que junto a su rango militar en el EZLN, lo convirtieron en un personaje conocido en todo el orbe, ese día el mundo conoció al Subcomandante Marcos.
“Marcos es el nombre de un compañero que murió, y nosotros siempre tomábamos los nombres de los que morían, en esta idea de que uno no muere sino que sigue en la lucha”, confesaría al periódico La Jornada el tampiqueño.
Sin ser rivales como Rómulo y Remo, como Juan Sin Tierra y Ricardo Corazón de León, mucho menos como Caín y Abel, tienen un lazo inexorable que los unirá por siempre y una distancia, física y de ideales, que los diferenciará en la vida y en la historia.
En 2005, cuando falleció don Alfonso Guillén, padre de ambos y de otros seis hermanos, Paloma lo excluyó de la esquela donde se daba a conocer la muerte del jefe de la casa, relataban las notas de aquel entonces que el tema de Rafael Sebastián era prohibido en la familia.
A grado tal que el sábado en el palco del Tamaulipas, una de las nietas que acompañaba a Paloma le cuestionó sobre lo que los aficionados le acababan de preguntar; para comprobarlo tuvo que mostrar desde su celular la foto familiar donde todos aparecían, incluso Rafael, antes de ser Marcos, antes de ser Subcomandante.
“Yo soy hermana de Rafael Sebastián, si ustedes dicen que soy hermana de Marcos, pues bueno, es cosa suya” respondía antes; hoy no hay porque evadirlo, Marcos puede decir que es hermano de Mercedes o de Paloma, ella también.
¿Y qué si es la hermana?, un secreto a voces que se rompe, que deja de ser tabú, que ya no es oculto, una loza sin que cargar en un largo camino por recorrer, un escenario que puede convertir en favorable si le sabe sacar partido.
Mientras que Marcos, allá entre la espesa selva, puede respirar tranquilo, 21 años después sólo el sabe si su lucha no ha sido en vano. En la bitácora donde registra los saldos de la guerrilla, puede apuntar un triunfo obtenido la noche del sábado, equiparable con los dos goles de la Jaiba Brava, un triunfo que puede gritar como su hermana gritó en las tribunas del estadio, un triunfo que desempolva un lazo familiar que parecía estar más de tres metros bajo tierra, un lazo de hermanos separados por el tiempo, la distancia y los ideales, hermanos tan distintos y tan iguales, hermanos al fin y al cabo.
@luisdariovera