La facilidad de adquirir una motocicleta ha propiciado que muchos jóvenes se lancen a las pistas urbanas a quemar aceite y pestañas desafiando al peligro.
Y no es porque las motocicletas sean un transporte negativo, sino porque trepados en su jaca de motor los motociclistas agarran la velocidad del sonido y sortean como improvisados acróbatas el tráfico, que de por sí es terrible y loco.
Entre los motociclistas también se encuentran los trabajadores repartidores de pizzas, gordas y tamarindos. Los complementarios de avisos, carteles y mandados. Muchos de estos motorolos viajan sin casco. O si lo traen es un remedo de canica porque no se lo abrochan o son cascos ineficaces no propios para la friega diaria.
Se agregan los padres de familia, papás y mamás que llevan a sus hijos a la escuela con todo y mascota. Es un verdadero circo a diario con las penurias de la clase trabajadora, las amas de casa al repartir sus hijos en las escuelas y un latente peligro donde ponen su vida en juego.
Los motociclistas se atraviesan en la calle sin precaución. No portan casco, llevan sobrepeso. Lo más triste, que sus hijos no llevan puesto el cinturón apropiado y sus viejas cargan al chilpayate en las piernas con un peligro mortal.
No hay regulación sobre esto. No se cumple el reglamento de Tránsito. Cierto es que suceden muchos accidentes.
Tragedias familiares, muertos vivientes, porque quedan hechos quesos. Y se agrega a esta parafernalia la falta de respeto de los automovilistas con los pobres motociclistas. Esto también es una falta de aplicación al reglamento de Tránsito.
Y en mucho son parte responsables de los accidentes que suceden a diario porque son tolerantes con los infractores. Y porque sencillamente no aplican el reglamento vial.




