CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Con 40 custodios para vigilar a mil 238 internos del Centro Penitenciario de Victoria, a las 10 de la mañana de este miércoles se abrieron las puertas a los familiares que esperaron 18 horas para ver a sus reclusos.
A las 11 de la mañana, la fila de personas llegaba hasta el límite del Cedes de Victoria con el Colegio Justo Sierra, entre las que había esposas, parejas sentimentales, madres, padres e hijos que con botellones de agua de 20 litros y bolsas de comida esperaban para dar algo a su familiar luego del susto de ayer.
En la puerta de malla, dos custodios cuidaban la entrada mientras unas mujeres pedían a los medios que se informara sobre las malas condiciones en el acceso del lugar.
“Tómele foto, vea nomás cómo está todo inundado, ya lleva más de dos semanas así, deberían de mandar policías pa’que limpie” reclamaban mientras esperaban su acceso.
“Sin bolsas ni llaves por favor” indicaban a los familiares, quienes con esperanza ingresaban hasta el portón de metal negro donde hacían una segunda fila. Aquí bajo una carpa, un oficial incautaba temporalmente los últimos elementos que no pueden entrar al penal.
Pasadas las once y media de la mañana, el ingreso a los medios de comunicación fue autorizado; la orden fue no separarse, no llevar celulares, poner atención a los señalamientos, dar el nombre completo y el medio.
Luego de pasar la puerta de calle, el portón de metal negro y caminar 74 metros finalmente la puerta principal fue alcanzada, ya se podía apreciar a los internos quienes vestidos de color gris, observaban atentos a los inquilinos temporales.
Después del portón de metal en el interior del reclusorio, un nuevo mundo se asoma, uno en el que ricos, pobres, jóvenes, ancianos, culpables, inocentes, padres y madres se amontonan por igual en un rincón amurallado de esta capital.
Unos muestran enojo, muchos una sonrisa, otros, misterio y a algunos no parece importarles quién entre o quién salga, pero la mayor parte asegura que todo está tranquilo en el penal y han vuelto al trabajo cotidiano.
“Aquí ya estamos bien, ya estamos trabajando normalmente” comenta un recluso, de 30 a 40 años, que abandona la fabricación de una silla de madera para saludar a los reporteros que pasan por el pasillo del módulo uno.
Durante el recorrido en el Centro de Readaptación Social, inaugurado en la década de los 40s, su director José de Jesús Martínez Alvarado, mencionó que hacen falta más elementos en este centro penitenciario, ya sobrepoblado con mil 283 reos.
Durante la visita, el ambiente se llenó del olor a arroz, carne y pollo recién cocidos que los reclusos comían con sus manos, gracias al esfuerzo de sus familiares y parejas, que con paciencia soportaron la larga espera fuera del penal.
Cerca de la una de la tarde, los policías que vigilaban a los medios anunciaron el fin del recorrido: “Muestren sus credenciales para salir”, dijo uno de los guardias antes de cerrar la puerta negra de metal y pasar al área de aduana, donde todavía algunos familiares hacían revisión para entregar provisiones a sus internos.
En el último tramo del camino, un niño de tres años, acompañado de su mamá, despide con la mano a la custodio que se encuentra en la primer aduana. “Adiós, nos vemos luego” responde la oficial al pequeño, que con seguridad la podrá ver un par de meses más”.




