Sin duda, la visita del papa Francisco ha sido algo extraordinario.
Nos encontramos lejanos de la visión hermética de los gobiernos de la Revolución ante la Iglesia mexicana. Una apertura histórica en un mundo globalizado entre la ira y la paz, la presencia de un hombre de su calidad e investidura es un paso de conciencia sobre la vida mexicana.
Sus atributos son ante todo de un gran ser humano, que es un motor de los cambios en la anquilosa iglesia negada a una apertura ante los hombres sin privilegios y con una férrea conciencia autocrítica. Es un hombre de muchos senderos de paz y misericordia en tiempos donde se escuchan tambores de guerra, en tiempos de degradación humana, en tiempos de las grandes tecnologías que han mutado al ser humano.
Un santo Padre de un universo digital en el caos cotidiano, una palabra amiga que viene del Evangelio, sin duda un hombre de la paz y el cambio que viene a la montaña.
Creyentes o no, necesitamos hombres como él, hombres de carne y hueso en el cuerpo espiritual de la iglesia contemporánea.
Una voz por la justicia, una voz de todos, en un país que necesita de su palabra y de su amor por la gente, por México.
Nadie puede quedar fuera de estos anhelos de paz en un campo de violencia y degradación. Todos somos hombres de paz porque el corazón del hombre es un motor de paz.