Este pasado miércoles 19, a las 11 de la mañana el Secretario de Hacienda, Luis Videgaray y el Gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, hicieron un importante anuncio, desde el Palacio Nacional.
Millones de católicos mexicanos, y al parecer también de otros países, se enteraron de los recortes presupuestales viendo por televisión la misa que ofició el Papa en Ciudad Juárez. ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? ¡Nada! Excepto que la información apareció repetidamente en un cintillo que a muchos les amargó la misa.
Algunos de mis amigos practicantes consideraron de mal gusto que Hacienda se amparara en el Papa para dar su noticia; otros por el contrario, vieron la simultaneidad como el intento de hacer que la nota pasara inadvertida. Por mi parte creo que se trató simplemente de una infortunada coincidencia.
El anuncio se vio acompañado de una importante y sorpresiva baja en el precio del dólar. Días antes el dólar estaba 19.20 pesos (me refiero siempre al precio “spot”, no a los de ventanilla). El 17 de febrero, día del anuncio, el dólar bajó de un máximo de 18.93 a un mínimo de 18.23 pesos. Setenta centavos no son poca cosa.
Los puntos principales anunciados fueron la elevación de la tasa de interés de referencia por segunda vez en dos meses, de 3.25 a 3.75 por ciento; un recorte presupuestal de 132.3 miles de millones de pesos (acompañado de despidos), de los cuales el grueso, 100 mil millones serán de PEMEX; y la suspensión de las subastas de dólares.
El aumento de la tasa de interés ocurre en momentos en que se pone en duda que la Reserva Federal norteamericana vuelva a subir la tasa de interés en este año. Su presidenta, Janet Yellen, no descarta la posibilidad de reducirla debido a las señales poco alentadoras de recuperación de la economía norteamericana y mundial.
Banxico justifica el incremento de la tasa de interés por el cumplimiento de su mandato, como medida para prevenir el aumento de la inflación. Lo que en términos estrictos es absurdo, porque la inflación es baja (de eso presumen), y sobre todo por el impacto negativo que habrá de generar en el consumo y la inversión. Se supone que premiar a los capitales ofreciéndoles mayor ganancia que la internacional desalentará su salida. Ese es el objetivo, pero en las actuales condiciones de volatilidad su impacto será mínimo.
El recorte del gasto público es para darle credibilidad a la capacidad de pago gubernamental. Podría haber otras maneras. Dado que somos el país de la OCDE que menos impuestos cobra a las grandes empresas, grandes ingresos y grandes fortunas, deberíamos corregir esa situación; o establecer impuestos para compartir la buena racha de algunos sectores exportadores; o poner aranceles a las importaciones de un país con el que tengamos alto déficit y no tengamos tratado de libre comercio. China necesariamente.
Un recorte simplón como el que se plantea a simple vista, augura repetir lo que ocurrió en 2013, cuando bajó el crecimiento por la retención del gasto público.
Finalmente anunciaron la suspensión de las subastas de dólares, y es en esta verdad a medias donde se encuentra la clave de la caída del dólar del pasado 17 de febrero. Las subastas fueron substituidas por ventas directas a los bancos, de tipo discrecional, es decir “lo que sea necesario” y sin precio mínimo. Esto marca una diferencia substancial con las anteriores reglas del juego que establecían montos precisos (hasta 400 millones de dólares diarios) y un precio que no sería menor al del día anterior más un pequeño porcentaje.
Dos de las medidas, elevación de la tasa de interés y recorte del gasto público, impactarán negativamente el crecimiento y el empleo. Peor aún. Cuando la inflación se generaba por la estrategia de atracción de capitales usaron el deterioro salarial como “ancla” antiinflacionaria. Ahora que la inflación vendrá del encarecimiento del dólar es posible que sigan con la estrategia de deterioro salarial. Con ello se protegerían las grandes fortunas y ganancias a costa del empleo y los salarios.
Por otra parte, la venta discrecional de dólares les salió muy bien. Durante este sexenio hemos tenido una devaluación que linda en el 42 por ciento sin que en la población exista una fuerte sensación de crisis. Lo podemos atribuir a que la devaluación se ha dado a un ritmo administrado.
Ese ritmo se aceleró el 10 de febrero y era evidente que la venta de dólares con las anteriores reglas no lograría atajar el comportamiento de manada y la sensación de pánico que empezaba a formarse. Si la devaluación se hubiera desbocado se habría creado una sensación de crisis mala desde varios puntos de vista, en particular el político y de gobernabilidad.
Todavía no sabemos cuántos dólares le inyectó Banxico al mercado para darle ese bajón al dólar. El hecho es que contuvo el comportamiento de manada. Cuando se sepa el costo este será aquilatado por los inversionistas financieros; si lo consideran razonable lo más probable es que regresemos a un ritmo de devaluación administrado.
La fragilidad de nuestras variables fundamentales no permiten revaluar el peso; intentarlo gastaría las reservas a un ritmo que ya fue condenado por el FMI.
Pero es importante evitar que la devaluación sea desbocada por los especuladores de corto plazo. Eso, por lo menos, lo están consiguiendo las autoridades monetarias.