En mis noches de cavilación creo que el amor al dinero es el origen de todo mal. El dinero no tiene nada de malo, querer tenerlo no tiene nada de reprochable, si se invierte adecuadamente puede ser un buen recurso para hacer mucho bien, pero, ¿puede el dinero comprar la felicidad?
Pearl Beayer dijo: “Cielo, he sido pobre y he sido rica, y permíteme que te diga que ser rica es mejor”. Probablemente es mejor en la mayoría de los casos, sólo que ser rico no lo es todo. ¡¡Dinero, tú eres mío… yo no soy tuyo!!
Cuando perdemos la perspectiva respecto al dinero, la vida se distorsiona, porque cuanto más se tiene, más se desea y en vez de llenar, abrimos un vacío, el dinero es un gran maestro… la adversidad es mejor. La posesión del dinero embota la mente, la adversidad la fortalece; quienes se vuelven adictos a las grandes sumas de dinero pierden de vista lo esencial: la felicidad, logra que un buen día en un buen lugar te encuentres contigo mismo.
Cuando no se tiene dinero, el problema es casa y comida, cuando tienes dinero el problema es el sexo; cuando tienes ambos el problema es la salud; pero cuando tienes todo lo anterior buscamos un problema, que no es otro que dejar de vivir la vida a plenitud por temerle a la muerte.
Aunque la sociedad dice que “las mujeres bonitas son como los ricos: difícilmente se equivocan”, para éste humilde Filósofo “más vale hombre con principios y sin dinero, que dinero sin hombre”.
En la primaria me enseñaron que la distancia más corta entre dos puntos era la recta… HOY lo es el dinero, pero después de reflexionar, llego a la conclusión de que: “El dinero no da la felicidad… sobre todo si es poco”.
Pero este Filósofo es un hombre rico, con lo que tiene es suficiente pa’ ser feliz; tiene: un DIOS que a veces, cuando todo parece abandonarme, Él se queda conmigo; una madre por quien rezar; un hermano a quien amar; familia que querer; amigos para aprender; un trabajo para crecer; entusiasmo para crear; obstáculos pa’ ser más fuerte; felicidad que me lleva a no tener lo que quiero, sino a querer lo que tengo; y el milagro de la salud cuyo secreto está en no lamentarme por el pasado ni preocuparme por el futuro, sino vivir el presente lo más sabio y provechosamente.
Con dinero o sin él, este Filósofo acepta la vida tal cual es, con sus retos y dificultades, por eso me adapto a ella en vez de quejarme, acepto las responsabilidades propias en lugar de repartir culpas o poner excusas.
Considero el aprender como una alegría y un placer, no un deber, enriquezco continuamente mi vida aprendiendo cosas nuevas, mejorándome a mí mismo, me descubro, crezco. Sé, que las personas de éxito están orientadas a la acción, consiguen hacer las cosas porque no tienen miedo al trabajo duro y no pierden el tiempo en pendejadas, utilizan su tiempo de manera constructiva, jamás se aburren porque están ocupados buscando nuevas experiencias.
Las personas exitosas tienen estándares muy altos de autoestima, no tienen como objetivo el dinero, sino la felicidad, comprenden la diferencia entre existir y vivir, sacan el mayor provecho de la vida porque le dedican lo máximo, recogiendo siempre lo que siembran.
En la actualidad hay gran cantidad de personas que no realizan todo su potencial, sus capacidades permanecen ocultas, en cada puerta ven limitaciones en vez de ver posibilidades. Mira dentro de ti, exprime todo el jugo que puedas a la vida, en vez de buscar el dinero, reconoce el potencial que tienes cada día, anímate a ser y hacer más.
La vida y el éxito pueden reducirse a una simple cuestión: que logres ser tú mismo.
Lo anterior me recuerda “al jotito adinerado, enfermo de SIDA que llega con el doctor del pueblo:
–– ¡¡Ay!!, ¿qué me puede recetar para el SIDA?
–– Mira, desayúnate quince tamales, almuérzate diez conchas, cómete dos kilos de carne con diez tortillas y cénate unas veinte piezas de pan con tres cafés.
–– ¿Pero, doctor, con toda esa comida me pasaré todo el día zurrando?
–– Eso es para que aprendas ¡¡¡PA’ LO QUE SIRVE EL TRASERO!!!”