Uno de los discursos más importantes del Papa Francisco en su visita a México fue el del 7 de febrero en el Colegio de Bachilleres de Ciudad Juárez. La página web del Vaticano lo refiere como “Encuentro con el mundo del trabajo”.
Sin medias tintas condenó la explotación de los empleados como si fueran objetos para usar y tirar. No se trata, dice, de que las empresas sean organizaciones filantrópicas, pero hay que evitar perderse en el mar seductor de la ambición. El trabajo debe ser una instancia de humanización; un espacio para construir sociedad y ciudadanía, actitud que generaría un nuevo estilo de Nación.
Ese fue, creo, el mensaje de fondo del Papa; su propuesta para recrearnos en un nuevo estilo de Nación.
La alternativa es grave. Por un lado, y sigo citando al Papa, señaló que Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días. Y no se refería a un puñado de gentes fuera de la ley; sino a la mayoría dominada por la mentalidad reinante que deja que en nombre de la competitividad se esclavice a los pueblos. Cuando triunfa el capital y no el bien común, se consolida la cultura del descarte, de la exclusión.
Algunas noticias me llevaron a recordar y releer ese discurso papal. Resulta que la brecha salarial entre México y China ha llegado al 43 por ciento; es decir que la mano de obra del país asiático gana ya bastante más que la mexicana. Allá los salarios llevan diez años creciendo al 17.5 por ciento anual; aquí, a menos del uno por ciento. La diferencia es similar o peor con otros países; el salario promedio en Argentina es el triple que el de nuestro país.
Además los mexicanos tienen que trabajar mucho más. De acuerdo a la OCDE mientras que los trabajadores mexicanos laboran en promedio 2 mil 228 horas al año; los británicos lo hacen 1 mil 667 y los alemanes1 mil 371 horas al año.
En Ciudad Juárez lanzó el Papa una pregunta clave: ¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el contrario, un aire capaz de generar –la palabra es clave–, generar alternativas, generar renovación o cambio?
De acuerdo al Papa la alternativa no se encontraría entre una visión empresarial y otra radicalmente contraria; sino entre la ambición extrema e inmediata, y una actitud más racional que procure el bien común y se oriente a la construcción de una sociedad civilizada y humana, no excluyente. Por eso habla de que todos estamos en el mismo barco, y no hay que hundirlo.
Tal vez no exista un paraíso en la tierra. Pero el hecho es que este país era una nación de derechos sociales avanzados; con altos ritmos de incremento del bienestar social. Pero abandonó esa ruta en pos de una quimera que lleva 25 o más años empobreciéndonos y convirtiéndonos en zona de crueldad y guerra.
No es necesario recurrir a la ética y la moral cristiana para sustentar la necesidad de cambio. Es un asunto de supervivencia y de adaptación a un mundo que también entra en crisis.
China ha elevado fuertemente sus salarios en una estrategia de consolidación de su mercado interno como eje adicional de crecimiento; a ello le suma una estrategia de substitución de importaciones. Sin dejar de ser potencia exportadora, en la medida en que se lo permite el estancamiento global, ahora está fortaleciendo la conexión entre producción y demanda internas.
Que en otros países se trabajen mucho menos horas al año genera mejor reparto del empleo y vida familiar. Es notable, por ejemplo, el tiempo que le dedican los holandeses al trabajo benévolo y actividades sociales como forma de convivencia, desarrollo personal y cohesión social. Aquí no hay tiempo, como también señaló el Papa, para que padres y madres jueguen con sus hijos.
Los mexicanos podrían ganar más y trabajar menos si tuviéramos una estrategia de consumo interno que permitiera emplear al 100 las fábricas, plantas industriales y talleres, la tierra cultivable y la población deseosa de trabajar que ya existen. Sobre todo desde el poder público esa debería ser la prioridad en todos los contratos. Y en el comercio exterior: si aquí lo podemos producir no hay que importarlo.
Eso en lugar de correr en pos de la última tecnología al tiempo que se emplean a medias o se desechan las capacidades existentes; y con ello se descarta a millones del empleo formal, de la posibilidad de vivir honestamente, incluso de vivir en el país.
Abundan las señales de crisis. La cuenta corriente del 2015 fue negativa en 32 mil 381 millones de dólares; la entrada de inversiones de cartera en el 2015 fue de poco más de 20 mil millones de dólares, menos de la mitad que en 2014 y la cuarta parte si nos referimos a las entradas del 2012. Es decir que los dólares van a escasear.
Peor estará nuestra ya decaída producción industrial si llegara a la presidencia norteamericana alguien que amenaza a México con una guerra comercial para que paguemos el costo de una muralla. Absurdo, pero cada día más posible (aún no creo que probable). Con eso se terminaría de derrumbar nuestro modelo de subordinación maquiladora y venta país.
El cambio es inevitable y, en lugar de que el mercado nos imponga un grave retroceso económico y social, la alternativa es que la sociedad mexicana se dé a sí misma un estado fuerte que combata la inequidad por medio del empleo y la producción interna. Mercado interno y bienestar social deben dejar de ser mera retórica para navegar con éxito en un mundo que ha descubierto el fracaso de la globalización.
O terminamos en el caos como estado fallido, o salimos adelante como estado que se fortalece y se nutre echando raíces hacia la sociedad organizada. La crisis ofrece la oportunidad de luchar por la utopía.