5 diciembre, 2025

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Trabajo; el motor averiado

Poder y dinero

Año con año la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL-, presenta
un reporte llamado Panorama Social de América Latina en
el que aborda el análisis de la evolución del bienestar en la región. Incluye datos de pobreza e indigencia y otros relativos
al mercado laboral, salarios, educación, y las políticas y programas que inciden en los anteriores.

Su último reporte, de hace un par de semanas y con datos hasta el 2014, señala que en
el último año de análisis persistieron los mismos niveles generales de pobreza e indigencia de la región que en el 2013. La pobreza alcanza al 28.2 por ciento de la población de América Latina, y la indigencia, que podemos traducir como población con hambre crónica, llega al 11.8 por ciento. Mantener
los mismos porcentajes implicó un incremento absoluto de dos millones de personas en esa situación

A pesar de que no se avanzó en la disminución regional
de la pobreza y la indigencia hubo diferencias importantes entre países. Brasil, Colombia
y Ecuador redujeron, en conjunto, el número de pobres en
5 millones; solo que en sentido contrario, Guatemala, México y Venezuela lo incrementaron en siete millones.

Entre 2010 y 2014 Brasil disminuyó su tasa de pobreza
a un ritmo de -7.9 por ciento anual; en ese mismo periodo México la incrementó a un 2.9 por ciento. Otro indicador de la CEPAL señala que los que siguieron siendo pobres en Brasil tuvieron, a pesar de ello, cierta mejoría en sus condiciones de vida. No fue así en el caso de México.

Interesa en particular esta comparación porque México invitó al lanzamiento de su programa de lucha contra el hambre a Lula, expresidente de Brasil y la propaganda gubernamental dio a entender que estaba inspirado en el muy exitoso programa brasileño. Evidentemente no se supo copiar bien, o adaptar a nuestras circunstancias, porque el fracaso es evidente.

Otros países, además de Brasil, destacan en la reducción de su tasa de pobreza: Uruguay, Perú, Chile, Colombia y Bolivia. De hecho, la mayoría lo logró y las piedritas en el arroz son Venezuela, México y Honduras.

De acuerdo al estudio el factor principal que explica el incremento o disminución de
la pobreza ha sido el comportamiento del mercado laboral
y solo en segundo término los programas públicos
redistributivos. El ingreso laboral promedio creció de forma relevante en Brasil, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay. No fue así en el caso de México en el que el principal factor de empobrecimiento fue la caída de la media de ingreso laboral.

Si adoptamos una visión de más largo plazo, que abarque
la mayor parte de este siglo, podemos notar que, en general, las tendencias recientes no son coyunturales sino expresión de procesos de mayor continuidad. Entre los países que redujeron su población indigente se encuentran: Argentina que la disminuyó del 14.9 al 1.7 por ciento del 2004 al 2012; Brasil del 13.2 al 4.6 por ciento entre 2001 y 2014; Ecuador del 19.4 al 9.9 por ciento en las mismas fechas; Bolivia del 37.1 al 16.8 por ciento de 2002 al 2013.

Frente a los avances positivos de la mayor parte de América Latina, México destaca por el incremento de la indigencia del 12.6 al 16.3 por ciento entre 2002 y 2014. Aquí habría que añadir dos reflexiones que le añaden agua y tierra al lodazal. Una es que el comportamiento neoliberal de México ha sido, supuestamente, ejemplar y acorde a la ortodoxia, cargado de promesas de inminente beneficio colectivo. Pero las promesas no crean bienestar.

La segunda reflexión es que estas cifras se ven notablemente favorecidas por la emigración de unos seis millones de trabajadores mexicanos en
ese periodo. Si se hubieran quedado en el país ellos y sus familias engrosarían las cifras de la pobreza y la indigencia.

De acuerdo al análisis de la CEPAL el motor principal para la superación de la pobreza
es el trabajo. Es eje de la integración social y económica, y mecanismo fundamental de construcción de autonomía, identidad, dignidad personal
y ampliación de la ciudadanía. Dicho en otras palabras, es factor de inclusión, equidad, democracia y gobernabilidad.

Sin embargo el trabajo no
es respetado en México. Se le considera una simple mercancía cuyo precio es fijado por el mercado, aun cuando ese precio no alcance ni siquiera para la alimentación de una pequeña familia. Todo intento de organización de los trabajadores es visto como un serio peligro para la estrategia económica y, en consecuencia, para la estabilidad política.

Durante décadas se ha obstruido toda mejora laboral. El empobrecimiento se expande en el campo y la ciudad y nos revira en fracaso económico, desintegración social, ausencia de perspectivas para las mayorías, violencia y, en algunos espacios de la geografía nacional, en franca ingobernabilidad.

La superficialidad del mercado interno es hoy en
día el principal obstáculo al incremento de la producción. No encontraremos la salida buscando riquezas bajo tierra; ni atrayendo capitales del exterior para crear una estructura exportadora. El mundo ha cambiado y esas opciones se cierran.

Es un problema de ingeniería de mercado. Hemos seguido la que no nos conviene cegados por una ilusión de modernidad importada. Con otros arreglos de mercado podríamos desatar el enorme potencial productivo existente, que es la verdadera riqueza no aprovechada de este país.

Ahora que los pueblos de Europa y Estados Unidos cuestionan de manera creciente el modelo global, es el momento de reconocer que el nuestro es de lo peorcito y debemos cambiar de rumbo.

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