La sabiduría popular es tan certera como universal. Por lo menos en nuestro país, no existe rincón alguno donde no se aplique ni actividad humana que escape a su juicio.
Hoy, en el proceso electoral que se inicia con las campañas por las presidencias de 43 municipios en Tamaulipas, una de esas perlas de sapiencia colectiva brota con fuerza propia: En pueblo chico, infierno grande.
¿Por qué esa apreciación?
No es producto de sesudos análisis con falsos tintes doctorales. Nada más alejado de eso. Es simple observación del terreno, que dibuja un escenario que puede dar al traste con la proverbial hegemonía del Partido Revolucionario Institucional en la zona rural. En el voto verde, pues.
Semejantes circunstancias en el Estado parecen ser en este año una constante priista, gracias a los desatinos del tricolor para definir candidatos a un gran número de alcaldías de ese perfil y –obvio– a la natural ganancia de pescadores que sus opositores han obtenido de ese río revuelto, inclusive antes de empezar a pedir el voto.
Los ejemplos, si así se les puede llamar, sobran:
En el altiplano, los candidatos priistas en Jaumave, Palmillas y Miquihuana, están atrapados en lazos familiares rechazados por la mayoría. En los tres casos, como dicen los lugareños, “huele a pan”; mientras en Tula, el candidato tricolor avizora una derrota a la vista de un solo mitin organizado por el abanderado azul, que reunió a 4,500 personas en donde el padrón electoral registra 6,050 votantes. Uf.
Hacia el centro, en Jiménez, una escabrosa historia de familia –la Salazar– genera la posibilidad de la primera derrota priista desde el sexenio cavacista; en tanto en Güémez la historia parece escrita a favor del panista Carlos Cárdenas.
Aldama camina igual. Un ex tres veces alcalde impuso a su hermano en medio de protestas y una abierta rebelión; mientras en Llera, que fue cedido por el PRI al PANAL, al líder magisterial Rafael Méndez se le ocurrió meter al papá de su novia como candidato y le sirvió la mesa al panista Héctor de la Torre.
Cerca de allí, en Ocampo, el alcalde había prometido a su esposa ser la candidata y al no lograrlo, la dama se pasó con sus seguidores al bando azul. Un caso sumamente parecido se registra en San Carlos.
En Abasolo, Saldaña, ex alcalde priísta, ahora contiende por el PAN; mientras en Villa de Casas 3 mil personas le dieron un rotundo “no” a la candidata priista, ex militante del PRD. Hay más casos, pero el espacio no permite más “ejemplos”.
Este proceloso panorama municipal para el PRI parece complicado para encontrar, ya sobre la marcha, remedio adecuado.
¿Cuál puede ser una solución o por lo menos un paliativo?
Para una gran parte de esos protagonistas, una opción sobresale: El efecto Baltazar.
Gran parte de esos aspirantes a ediles tienen en sus “estrategias” electorales colgarse de la campaña del candidato a Gobernador, para llevar simpatizantes a las urnas. Esperan que la ventaja en las preferencias electorales que registra el abanderado tricolor los lleve en brazos, por contagio, a puerto seguro.
Dada la penetración lograda por Hinojosa Ochoa, esa táctica podría funcionar para algunos casos salvables, pero hay otros en donde si no se aplica un plan adecuado de proselitismo, a fondo y sin miserias, no los podrá rescatar ni la bendición del Papa. Y existe una razón hay para asegurarlo:
Muchos de los contrincantes también están apostando al triunfo con el mismo método, pero con su propio candidato…
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