La mejor definición de la sorpresa del 5 de junio fue la declaración del presidente del PAN, Ricardo Anaya, poco antes de las siete de la noche del domingo. “Se los anticipo”, dijo”, “logramos recuperar estados que ya habíamos gobernado y que estaban en manos del PRI. Ganamos también en estados que nunca habían sido gobernados por un partido distinto al PRI. Logramos romper el monopolio autoritario que por 86 años había dominado el PRI”. Para esa hora, Anaya esperaba la victoria en menos de la mitad de las gubernaturas con las que el Programa de Resultados Electorales Preliminares del INE les daría. Un día después cambió el discurso. Había sido, proclamó, “una jornada histórica”. En la casa de enfrente, el presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, admitió que el partido y el gobierno deberían asumir el mensaje que les dio el electorado.
¿A qué se refería? El PAN les arrebató Veracruz,Tamaulipas, Durango y Quintana Roo, que nunca habían estado en manos que no fueran priistas. Los apaleó en Puebla, los despedazó en Chihuahua y estaba en camino de doblegarlos en Aguascalientes. Los hizo sufrir en Tlaxcala y le costó mucho trabajo Oaxaca. Sólo en Hidalgo –el único estado restante que nunca ha estado en manos de la oposición- y Zacatecas, tuvieron un día menos ajetreado. Ni en el PRI ni en el gobierno vieron venir las diferencias tan grandes en las votaciones, que reflejan la profundidad del hartazgo contra el PRI y la sentencia condenatoria al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
Durante la jornada mencionaban las movilizaciones que les estaban dando buenos frutos en la mayor parte de las contiendas en el país, y preveían al comenzar la tarde que tendrían
en la bolsa ocho de las nueve gubernaturas que tenían. Las encuestas de salida les daban comodidad en algunas de las elecciones, tanta incluso, que hacia la seis de la tarde
dijeron que en30 minutos anunciarían que la victoria de su candidato en Quintana Roo era“irreversible”. La encuesta de salida de El Financiero les daba tres puntos arriba de diferencia sobre el PAN, mientras que la de Milenio la establecía cerrada, con una ligera ventaja de dos puntos al priista. La realidad fue otra. Con el 88% del PREP, el candidato del PAN, derrotaba al priista por 10 puntos.
¿Qué pasó en Quintana Roo, donde prácticamente todas las encuestas públicas preelectorales le daban la victoria al PRI? Uno de los estrategas de la campaña de Góngora admitió: “Fue el voto anti Peña, anti Borgey anti PRI”. El voto contra el Presidente, contra el gobernador Roberto Borge y contra el partido. Algo deben estar haciendo muy mal, reconoció Beltrones, para que el castigo en las urnas haya sido despiadado. Los electores los engañaron en las encuestas preelectorales y en las de salida. El Financiero y Milenio daban elecciones cerradas en Tamaulipas, Veracruz, Chihuahua, Zacatecas y Durango, que resultó ser incorrecto. No les dijeron por quién habían votado, y ese voto oculto se reflejó en las urnas.
En el primer análisis de los porqués de la derrota, no se pueden establecer las viejas premisas sobre el voto anti-PRI, como el que la desaprobación del Presidente y el gobernador afecta la elección. Si bien pudiera ser muy certera en el caso de Veracruz, no explicaría el de Durango, donde ambos están bien calificados. Tampoco el factor climatológico, donde el PRI siempre tenía mejores resultados en aquellos lugares donde la lluvia inhibía los votantes. En Cancún llovió furiosamente el domingo, pero la gente salió a las urnas. El equipo de Joaquín esperaba una afluencia en la parte baja del 40%, pero superó toda expectativa el electorado, con un 55% de participación. En el municipio de Benito Juárez, al que pertenece Cancún, le dieron la victoria al PRI en el Ayuntamiento, pero se fueron con el panista para gobernador. “La participación”, dijo Francisco Abundis, director asociado de Parametría, que hizo las encuestas para Milenio, explica la mitad de lo que sucedió el domingo.
En Chihuahua salió a votar el 52% del padrón, 10 puntos porcentuales que lo que ha sido su media histórica. En Tamaulipas el 54%, y en Veracruz el 53%, donde como nunca con candidato alguno, sus representantes habían sido sometidos a una metralla sistemática de campañas negras. Al final, los panistas Francisco García Cabeza de Vaca en Tamaulipas y Miguel Ángel Yunes en Veracruz, con más del 80% del PREP, aventajaban a sus adversarios priistas por 14.31 y 3.78 puntos. Es decir, la guerra sucia no les funcionó y probablemente se les revirtió. Falta conocer el detalle de cómo votaron las clientelas partidistas, pero la lección del domingo para el presidente PeñaNieto es que no puede volver a tener un diagnóstico fallido y torpe, como el del año pasado.
Tras las elecciones de 2015, la lectura que le dieron en Los Pinos fue que al darle la mayoría en el Congreso, los mexicanos habían hecho un referéndum de su mandato. Peña Nieto no quiso ver que los priistas habían dejado de gobernar a 10 millones de mexicanos, y que los resultados eran un castigo y no un respaldo. Varios líderes del PRI trataron de hacerle entrar en razón, pero Peña Nieto los ignoró e impidió que le dijeran cosas que no querían escuchar sus oídos. El ruido del domingo, sin embargo, lo debe haber dejado sordo, cuando centenares de miles de mexicanos le quebraron los platos en la cabeza. Primera llamada severa, pensando en 2018.
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