1.- La sucesión presidencial es el evento más importante de la vida pública mexicana, y su desenlace resuelve el problema de la transmisión del poder de manera funcional y pacífica. Es un proceso político de carácter nacional; presidencialista, cíclico, cambiante, críptico y pieza fundamental del sistema mexicano. Sin importar el partido a que el presidente pertenezca, la solución siempre es la misma y concluye con el “destape” del candidato presidencial.
2.- En realidad, desde que, a principio del sexenio, son designados los más altos funcionarios de la Federación, se inicia la carrera hacia la sucesión presidencial, y no obstante la probada experiencia de que solo un voto es decisivo, en el duro juego del futurismo los aspirantes polarizan fuerzas, concertan alianzas, forman bloques y se prestan a una lucha sorda y feroz contra sus adversarios.
3.- La sucesión es un proceso cambiante porque aun cuando se repite cada seis años con similar finalidad, siempre es distinto y nunca igual en los demás importantes aspectos de su instrumentación. A las cambiantes circunstancias políticas del sexenio que el Presidente debe ponderar, se agregan su personal concepción de la estrategia de la sucesión, y su cuadro de valores para decidir.
4.- Es un fenómeno críptico e impredecible en su etapa decisiva, “el tapadismo”, porque sólo el designio de una voluntad interviene, pero mediante el análisis sistemático es factible penetrar a la antesala de la decisión y ubicar oportunamente las alternativas más viables del problema.
5.- Ante los elementos de enigma y sigilo que circundan la trama de la sucesión, es explicable que los analistas ortodoxos apegados a las técnicas y procedimientos funcionalistas o conductistas, no hayan traspuesto los linderos del fenómeno, confundiendo la oscuridad con la impredicción, y soslayen el estudio de los movimientos y tendencias que en el Presidente se observan para designar a su sucesor.
6.- Esta incapacidad de “mirar en la oscuridad” ha llevado a ciertos intelectuales extranjeros a definir la sucesión presidencial como “la Cosa Nostra mexicana”, y a considerar a nuestra política como “una riña en una mina y a oscuras”.
7.- En realidad, no obstante la atmósfera de secreto y reserva que circunda el dictamen final, el Presidente en turno aporta siempre indicios hacia donde se proyectan sus preferencias y, en ocasiones, apunta hacia dos o tres precandidatos, definiendo así las opciones válidas con las que desea operar. La razón del sigilo que rodea la gestación de su fallo, obedece al claro fin de evitar que el juego del futurismo provoque manifestaciones de presión que intenten manipular, modificar, o rechazar la suprema decisión del elector.
8.- Aun cuando no exista una forma paradigmática de resolver sucesiones presidenciales, lo que permitiría juzgar la eficacia técnica del Presidente como elector, la verdad es que siempre tras este desenlace, hay un sólido trasfondo de valores, razones y objetivos que dan coherencia y fundamento a la decisión. A la fecha el Presidente Peña Nieto ha promovido a más de 5 precandidatos, y todavía anda inventando más prospectos.
9.- Las anteriores reflexiones sobre la sucesión presidencial en México, nos conducen a concluir que no existe actualmente un instrumento metodológico, que permita evaluar la naturaleza del fenómeno para sistematizarlo, por lo que es menester ensayar e innovar en este aspecto, hasta diseñar un proyecto cuya estructura metodológica, analítica y predictiva, permita situar y analizar el fenómeno en toda su compleja realidad sociopolítica.




