CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- El Palacio de Bellas Artes se rindió a sus pies por primera vez en 1990 en un hecho que escandalizó a medio México y que tras ver el espectáculo se tuvieron que arrepentir de haber juzgado el que resultó uno de los eventos más memorables en ese recinto.
Miles se congregaron en el Estadio Azteca para aplaudirle, su voz y su sentimiento hicieron reír, llorar y bailar al Madison Square Garden de Nueva York, al Luna Park de Buenos Aires, al Estadio Nacional de Chile, al Palacio de los Deportes de Caracas, ríos de gente se volcaban en el Perú para atestiguar su llegada… pero un día también estuvo aquí, en Victoria.
Era 1997, el mes de mayo y México era espectador de una contienda política histórica, pues Cuauhtémoc Cárdenas y Alfredo del Mazo se enfrentaban por primera vez para gobernar al Distrito Federal, hoy Ciudad de México o CDMX como dicta la moda.
El joven periódico Expreso daba nota de ello y la violencia que sacudía Victoria con las pandillas que sembraban terror por los rumbos de La Moderna, al grado que el secretario General de Gobierno, Jaime Rodríguez Inurrigarro, anunciaba toque de queda a partir de las 10 de la noche para todos los menores de edad.
La ciudad se embelesaba con once hombres que ilusionaban con el retorno del fútbol de Primera División; las fotos de Pavón, Zico y Tavares inundaban las páginas del tabloide festejando el pase a la final contra los Tigres.
Entre el ritmo de la política que condena la vida de la capital del estado, la violencia juvenil entre los bandos que conformaban Cacos y Kriss Kross, además de los problemas de siempre, que los micros, que los baches y la basura, sin faltar la eterna ilusión del Correcaminos que sólo sirve para eso, ilusionar, el 15 de mayo la rutina se rompió con una noticia que se anunciaba de forma estridente.
“¡Juan Gabriel en Victoria!: el ídolo de Juárez se presentará en el Estadio Marte R. Gómez el próximo 25 de mayo”.
Era el regreso del Divo a poco más de una década de ausencia; se cuentan al menos tres conciertos en Victoria: en los 70’s en la desaparecida Plaza de Toros, cuando el flacucho cantante de carrera incipiente recién salido de Lecumberri por intervención de Queta Jiménez “La Prieta Linda” abría el tradicional espectáculo de “La Caravana de las Estrellas” con su canción “No tengo dinero”, tal vez sin saber que años después eso le sobraría.
En los 80’s el Grupo Enrique García Guevara que comandaba Alfonso Pérez Vázquez, de la Facultad de Leyes, lo trajo al Centro Cívico para ofrecer un recital memorable que trascendió las paredes del recinto para después convertirse en bohemia con amigos.
El destino marcó que ese 25 de mayo del ’97, sería la última vez que Juan Gabriel pisaría la capital de Tamaulipas.
Representantes del Comité Nacional de Financiamiento del Partido Revolucionario Institucional, anunciaban que traían al artista para recaudar fondos para su partido, no vayan a pensar que para hacer proselitismo a favor de su candidata a Diputada Federal por el quinto distrito, Laura Alicia Garza Galindo, pues advertían que al estadio no ingresaría ningún tipo de propaganda, ni la de ellos.
La realidad era que Alberto Aguilera Valadez, consentido de Carlos Salinas de Gortari, había olvidado cumplir con sus obligaciones fiscales, pero para el presidente Ernesto Zedillo, esa deuda se tenía que saldar por más ídolo de la nación que fuera. Al final se estableció que lo pagaría con trabajo, para su partido claro, dando conciertos para el PRI en el país, deuda que terminaría de saldar en el año 2000 entonando “Ni Temo, ni Chente, Francisco va a ser presidente…” el fin de esa historia todos la conocemos.
Eso a la gente poco le importaba, su ídolo venía a Victoria, pocas veces nuestra ciudad ha sido sede de eventos de esa talla, faltaban diez días para el concierto, había que correr por los boletos, comprar la ropa de estreno para ese día, las mujeres sus mejores zapatillas, el caballero la camisa planchada y una buena loción.
El día del evento Expreso advertía que las puertas del Estadio se abrían desde las dos de la tarde, el cantante saldría a las ocho de la noche al escenario; prohibido ingresar armas y bebidas alcohólicas, ni botes de agua, bolsas de mano, ningún tipo de cámara de foto o video. Probablemente por eso haya tan pocos vestigios de esa noche.
Los victorenses por más que se les avisó empezaron a formar filas pasadas las siete de la tarde, Juan Gabriel salió al escenario y las filas en las afueras del estadio eran larguísimas “parecían penitencia”, describía Elvia García Salazar en su crónica.
Ataviado de blanco y vivos rojos, la figura esbelta del michoacano era ya la de un regordete cuarentón, simpático y delicado, los mismos modos del que desde sus inicios bajo el seudónimo de Adán Luna le quitó lo viril a la música de mariachi para convertirla en la balada ranchera que hoy resulta común, esa que antes no existía, la misma que él inventó.
Las filas se agotaban y las gradas resultaban insuficientes, no había espacio entre persona y persona en el viejo estadio; pretexto perfecto para pararse a bailar con el “Noa, Noa”, ese que llevó al clímax a los asistentes, a las mujeres las hizo cantar a gritos, a los hombres desabotonarse la camisa y a uno que otro lo sacó del clóset.
Algo tenía Juan Gabriel que no era sólo voz y sentimiento, adornaba con movimientos su música y su inspiración, la figura nunca importó si era delgada o gruesa, él se contoneaba igual hasta el último concierto de su vida, ese que 19 años después daría en Los Ángeles para que horas más tarde le encontraran muerto en su recámara.
“Pero este orgullo que tengo tu no lo vas a mirar, en el suelo tirado como si fuera una basura, yo me quito hasta el nombre y te doy mi palabra de honor ¡que de mí no te burlas!”, le cantaba a las y los farsantes, mientras que en las tribunas casualmente se habían repartido banderas verde, blanco y rojo, el concierto sí tenía tintes de mitin a la más vieja usanza priista, mitin que terminó en reclamos pues no había micros para regresarse a las colonias como les habían prometido.
Tras dos horas y media de canciones con orquesta y con mariachi, el cantante se despidió de Victoria con un suspiro; Victoria igual que el nombre de su amada madre, alzó la mano para decir adiós a este pedacito de suelo norteño que no le volvería a ver jamás y que hoy le llora igual que toda Latinoamérica.
Del concierto sólo quedan borrosos recuerdos en la memoria de quienes fueron, algunos recortes de periódicos y unas cuantas fotografías que por ahí deben de andar perdidas; los hogares de Victoria suspiran con nostalgia ese 25 de mayo de 1997, el único tributo que le pueden rendir los victorenses a Alberto Aguilera Valadez, es coreando las canciones de Juan Gabriel, como aquella noche en el Marte R. Gómez que de sólo recordarla hace que ruede una lágrima, acompañada de un deseo que bien se podría adornar con la letra de uno de sus más grandes éxitos “como quisiera que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca y estar mirándolos”.
Y es que el victorense sabe querer, quiere bien y el sentimiento a Juan Gabriel, sólo se puede resumir en Amor Eterno.