Durante la polémica reciente en torno a los matrimonios igualitarios, diversos voceros cristianos hablan de enfrentar la “ideología de género”, que según ellos está implícita en la iniciativa de Peña Nieto. Idea muy extendida en la Iglesia. Dicen que con ello se pretende promover la homosexualidad para poner fin a la sociedad actual.
La iniciativa presidencial en realidad busca terminar con la discriminación e informar sobre la diversidad sexual, no promoverla. Pero detrás de esa tesis está una percepción más bien conspirativa y paranoica sobre un movimiento mundial con fines aviesos.
Una breve explicación la hace Alberto Villasana, un influyente teólogo católico y exponente de esta posición (“Dictadura de la ideología de género”). Afirma que quienes están promoviendo esta conjura internacional son “El Banco Mundial, la ONU con todas sus agencias especializadas, el FMI, la OMS… el Club Bildeberg, la Comisión Trilateral, el Council of Foreign Relations, el Club de Roma, Greenpeace… George Soros, Rockefeller, el Deutsche Bank… y Bill Gates”, entre otros.
Sin embargo, nos aclara Villasana: “La implantación de la ideología de género no es el fin, sino el medio para facilitar el objetivo último que es operar una reingeniería social que pueda dar paso al nuevo orden mundial, centralizado, socialista y ateo”. ¿Rockefeller, Soros y Gates socialistas? Vaya.
Sostiene también que este movimiento mundial “Se sirve del poder coercitivo de los gobiernos para imponer una ética subversiva contraria al interés de los ciudadanos”. De ahí que Peña haya cedido a la presión de semejante poder mundial.
Aclara también que esto tiene sus orígenes en la Orden de los Iluminati (satanismo iluminista, aclara Villasana), responsable de la Revolución francesa, el comunismo, el nazismo y ahora el New Age.
Uno de sus líderes, Adam Weishaupt, anunciaba en el siglo XIX: “La meta específica de la Orden… es abolir el cristianismo y derrocar los gobiernos civiles”.
Para ello, el movimiento se vale de la promoción de la homosexualidad y el feminismo, y por ello, dice Villasana, que homosexuales y feministas “promueven la idea de que el ser humano nace sexualmente neutral, y que luego es construido socialmente en hombre o mujer”.
En realidad, numerosos científicos demuestran que en buena parte la homosexualidad ocurre por una combinación diversa de hormonas masculinas y femeninas durante el embarazo, formando de manera distinta el cerebro del niño o niña. Éstos no eligen su sexualidad; la descubren (igual que los heterosexuales).
Dice también Villasana que la discriminación es un mero pretexto conspiratorio para volver homosexuales a todas las personas: “Entre las ‘víctimas’ de la discriminación están quienes son excluidos por practicar estilos de vida ‘alternativos’: drogadictos, travestis, homosexuales, prostitutas, lesbianas, etc. a quienes entonces se procura promover para que no sean ‘discriminados”.
Semejantes depravados más bien merecen la exclusión y marginación en la que se les ha tenido por siglos (aunque llama la atención que no incluyó entre tales depravaciones a la pederastia).
Y justo por esto no es cuestión de respetar derechos humanos de otros grupos, como proponen los liberales, sino de detener la conspiración internacional que busca destruir la sociedad actual en aras de unos cuantos Iluminati, que usan la promoción de la homosexualidad como estrategia para conseguir sus perversos propósitos (extraña estrategia, en todo caso).
De ahí que se intente también cambiar la Constitución, para así erradicar la jurisprudencia de la Corte e impedir todo matrimonio gay.
Es como una guerra político-espiritual más que una cuestión de meras leyes o derechos civiles o costumbres o tradiciones. De ahí que no se pueda simplemente tolerar que cada quien haga lo que quiera; está en entre dicho el orden social y el cristianismo.
Pregunto, ¿es posible un diálogo racional, laico y fructífero con quienes perciben la iniciativa presidencial a través de una alucinación de tal magnitud? No se ve nada sencillo.