Están nerviosos. Y tienen razón.
Exigen. Y no tienen razón.
Forman un grupo de ex priístas que meses atrás consideraron que no los valoraban en el tricolor tamaulipeco y en la campaña por la gubernatura dieron un golpe de timón para echarse en brazos del Partido Acción Nacional, algunos de manera abierta y otros de forma soterrada. El hecho es que el 5 de junio se sintieron en el cielo al morder el polvo el PRI.
Los planes luminosos parecían caminar bien en julio y agosto, pero en septiembre los esperados llamados brillaron por su ausencia.
Nombres iban y venían en pasillos, cafés y ecos mediáticos, pero no los de ellos. Sus teléfonos no sonaban ni los mensajes de “Whats” aparecían.
Llegó octubre y a unos días de iniciado el nuevo gobierno, las recompensas por su abordaje a destiempo en el navío azul no sólo no les ha generado sonrisas, sino que a varios de ellos les ha causado depresión y llanto.
Y en algunos casos hasta enojo.
El grupo de descontentos empieza a crecer y a organizarse bajo el circunstancial liderazgo de un ex dirigente empresarial victorense, quien esperaba una Secretaría o algo de ese nivel y le ofrecieron una simple dirección que rechazó en forma violenta.
Temerosos o casi seguros de que les espera una suerte similar, los demás protagonistas ya celebran reuniones de “petit comité” en domicilios
particulares en una especie de club de desesperados, aunque bien mirado –o mal mirado también– sería más apropiado imponerle otra definición: El Club de los Corazones Rotos.
El caso es que se sienten, dicen, traicionados.
¿Pues qué esperaban?
Se les olvidó que la deslealtad al establo en el cual medraron durante muchos años y en el cual muchos de ellos acumularon grandes fortunas al amparo de la ancestral impunidad tricolor, no es precisamente una carta de recomendación para la nueva generación del poder.
No veo dónde están los valores políticos o morales que les den derecho a esos ex priístas de exigir un trato igualitario con quienes, por lo menos por el tiempo aportado a su causa –tengo mis dudas de los méritos profesionales de algunos– son los que deben ser convocados para colaborar con el nuevo sol. Por simple sentido común su ubicación no está en las primeras filas del teatro.
En este escabroso escenario, dos frases etiquetan a quienes hoy se auto llaman engañados.
La primera la leí en un trabajo del desaparecido periodista Julio Scherer –no sé si él es el autor– y establece la certeza de que sólo los amigos traicionan, lo cual quedó plenamente comprobado en los hechos. La segunda es más vieja, pero más demoledora para las ambiciones de estas modernas plañideras priístas:
Quien traiciona una vez, traiciona siempre…
Exprimiendo piedras
Y en el mismo terreno de los amigos, no le auguro cuentas alegres al Revolucionario Institucional estatal en su plan de “pasar la charola” entre empresarios afines, en el objetivo de conseguir fondos para trabajar como oposición y tratar de rescatar el poder estatal, alcaldías y diputaciones.
La razón de esta opinión es que el PRI equivoca los términos: no puede llamar amigos a quienes históricamente sólo han sido socios por conveniencia. Y con éstos, que no le ven ahora al priísmo utilidad financiera, será más fácil exprimir una piedra que sacarles dinero de sus cuentas bancarias.
Siguen sin entender en el PRI tamaulipeco que lo único que les puede dar oxígeno, entiéndase dinero, es el poder federal. Y quién sabe si éste quiera entrarle cuando está tan ocupado en defenderse a sí mismo…
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