En el ocaso del imperio de Maximiliano de Habsburgo, Porfirio Díaz reorganizaba a las fuerzas armadas bajo su mando para seguir luchando a favor de la República y del proyecto político de Benito Juárez. Los estados de Guerrero, Puebla, Oaxaca y Veracruz eran combatidos por el ex Presidente y el ejército imperial estaba a punto de ser derrotado.
Para dar la estocada final, el General Díaz buscaba desesperadamente recursos con el gabinete de Juárez y con este mismo. Matías Romero le explicó que era muy complicado enviarle dinero desde Estados Unidos. El Benemérito de las Américas no quería arriesgar a que los fondos fueran capturados en su trayecto por sus contrarios. El propio Porfirio no deseaba imponer contribuciones a los pueblos que ocupaba para que no se le voltearan como ya había sucedido unos años antes.
¿Cómo hacer para que las finanzas de su ejército no fueran un obstáculo para conseguir los fines de la República? Díaz encontró la respuesta en sus amistades.
Así, en poco tiempo recorrió ranchos y haciendas para saludar a sus viejos amigos y pedirles su apoyo a favor de la causa de Benito Juárez en contra de la invasión imperial. 2 de ellos, Mariano Ruiz y Juan Ibarra, accedieron a su petición y entregaron 1000 y 500 pesos, respectivamente.
Con las finanzas medianamente saneadas, Díaz emprendió de nuevo el ataque a poblaciones ocupadas por las fuerzas de Maximiliano y con la ayuda de la situación política del exterior y de su hermano El Chato, pudo ganar todas las batallas hasta el día último del imperio.
Años más tarde, los patrocinadores de Díaz, especialmente Juan Ibarra, siguieron en la batalla pero de índole político-electoral. Aquel gesto fue retribuido posteriormente con la confianza y la consideración del General.
Desde esa época, y seguramente desde el inicio de las relaciones humanas, los proyectos políticos no son unipersonales. Podrán centrarse en una o varias figuras icónicas, pero en realidad forman parte de ellos una pluralidad de personas con funciones y peso específico.
Con el avance del tiempo habrá inclusiones por conveniencia o por vocación, lo que es natural cuando los objetivos crecen y, por ende, es necesario cubrir más frentes de batalla para alcanzarlos. A su vez, será natural que aquellas personas que apostaron desde un principio por el proyecto político, como los benefactores de Díaz en su época como General en activo, reclamen o esperen posiciones de mayor relevancia una vez logrado el propósito.
Una parte de los conflictos en la política pueden nacer de la discrepancia entre los que están “desde siempre” y entre los que “llegaron después”. Será virtud del líder o grupo de líderes, mantener la cohesión, pues cuando el proyecto se convierte en gobierno, las discordias internas pueden reflejarse en perjuicios generales. Lentitud en la resolución de problemas, falta de arranque de programas y acciones, pérdida de oportunidades ante otras instancias, entre otros efectos adversos.
Es imposible disociar la política de lo electoral, las pasiones humanas de la acción pública, pero el líder virtuoso es quien tiene la habilidad y la capacidad para hacer que las discordias jueguen a su favor o, al menos, no jueguen en contra de los intereses de la sociedad. El mesiánico ni siquiera sabrá percibir ni medir cuando la ropa sucia no se está lavando en casa.
A ojo de buen cubero
La opinión pública mexicana, en lo general, es partidaria de la candidatura de Hillary Clinton a la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Pero es una aberración que senadores mexicanos utilicen el recinto de la Cámara Alta para tomarse fotos con la camiseta propagandística de la candidata demócrata.
¿Pondrían el grito en el cielo si un republicano, en el Senado estadounidense, porta una camiseta con el logo “Sonríe, Vamos a Ganar”? ¿Exhortarían a la Secretaría de Relaciones Exteriores a pronunciarse al respecto si un congresista se toma la foto con la revista LÍDERES con Javier Moreno Valle en portada?
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