Para cuando aparezca en este medio la siguiente colaboración de su servidor, será ya un nuevo año.
Por lo tanto, como esta es la última oportunidad del 2016 para dar rienda suelta a mis intentonas de reflexión y en múltiples ocasiones a disparates, me permito en este día, repetir una parodia que se ha hecho cíclica sobre el Brindis del Bohemio, con la cual acostumbro cerrar los doce meses reemplazando sólo los nombres de los protagonistas.
Empiezo, con una disculpa anticipada por no respetar el texto original:
En torno de una mesa de oficina en Tamaulipas, una noche de invierno, con gran tristeza departía una cauda de contritos bohemios.
Los ecos de sus llantos escapaban e interrumpían el silencio, mientras el humo de sus cigarrillos y puros se elevaba al cielo, simbolizando al resolverse en nada, la muerte de sus sueños.
En sus labios ya no había risas y mucho menos inspiración en sus cerebros, a pesar del riego generoso de tequilas y whisky, al preguntarse uno de ellos:¿Y qué celebro?
Era curioso ver aquel conjunto del que había huido la palabra chusca para dejar sólo la que vierte veneno y a cada nueva libación las penas hallábanse más cerca, al sólo recordar tiempos mejores y la agonía de un año que amargura dejó en todos los pechos.
Una voz no tan varonil dijo de pronto: ¡Las 12 compañeros… digámosle adiós a este año que nos ha dejado políticamente entre los muertos!… porque el año que viene no sea también un cúmulo de penosos desconsuelos.
Brindo, dijo, porque ya hubiese a mi existencia puesto fin con violencia, si no fuera por la esperanza de volver al presupuesto, para lo cual les pido paciencia.
El turno es de Marco Antonio, cuyo alejamiento del Estado es delicioso. Brindo, dijo, por mi pasado que fue de luz, de amor y de alegría. Brindo por la amargura que hoy mi corazón cubre de negrura y por deliquios perdidos que me fueron cambiados por desvelos.
Yo brindo, dijo Enrique, porque mis palabras sean saetas que lleguen hasta las grietas del corazón de los ingratos que ayudé en las campañas y que ahora a desdenes me matan.
En esa tempestad de frases vanas, los dos Alejandro hablaron de glorias perdidas, de las nóminas ansiadas y de las pasiones voluptuosas que hacían de las virtudes femeninas un campo de fango, gracias a las carteras tan suntuosas.
Sólo faltaba un brindis, el de Baltazar, el bohemio obstinado, de gran experiencia pero inmaduro en su mayor certeza. El mismo que con frecuencia declaraba que sólo ambicionaba robarle el poder a quien fuera a la cabeza.
Levantó su copa frente a la apesadumbrada tropa, cuya mayoría apenas contenía el sollozo por haber perdido en la campaña, a diferencia de quien hablaba, hasta la ropa. Miró a todos con desprecio, sacudió sus regordetas manos y les increpó así, con desgarrador acento:
Brindo por el poder perdido, más no por ese que les brinda migajas en diputaciones y alcaldías, cuando creíamos que eso era el paraíso y apenas era el primer terreno vencido. Yo no brindo por eso compañeros.
Brindo por el verdadero poder que acaricié en mis sueños y que ahora, para mi desgracia, tiene otros dueños. Brindo por la silla de mando en el Estado que tanto anhelé y que al alcance de mis manos dejé ir por creer a traidores y conspiradores que me dejaron desolado.
El bohemio calló. Ningún murmullo rompió el silencio producto del dolor y la tristeza que inundaba mente y corazón de quien un día soñó en ser de la realeza.
Y sobre aquel ambiente quedó flotando espesamente un lánguido poema de lágrimas y de decepción permanente…
¡Qué tristes bohemios!…
La frase del día
“A los trajes de los funcionarios les debe dar vergüenza, por ser el estuche de tanta basura…”
Manifestante en contra del alza a la gasolina
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