Atascado en el olvido entre la cúpula de su jerarquía, menospreciado por muchos de los mismos figurones que le juraban lealtad antes de las elecciones del 2016 y en el borde de la quiebra, el Partido Revolucionario Institucional en Tamaulipas, parece no encontrar escape de la caída en picada que hoy sufre, a ocho meses ya de haber perdido el poder estatal.
¿Tiene realmente el PRI una oportunidad de salir del drama que vive en el Estado?
Sí la tiene, pero la galopante soberbia de sus jerifaltes nacionales y el sometimiento absurdo de los estatales, no permite que esa alternativa se ponga en práctica, en una irritante versión para sus militantes de la postura de no ayudar pero tampoco permitir que alguien lo haga.
No se requiere ser un politólogo de alcurnia ni un supuesto experto en lides proselitistas para atisbar la que puede ser la posible salvación, inclusive a corto plazo, de ese instituto. Dejo sobre la mesa, si me permiten, mi intentona de opinión:
Denle autonomía para trabajar a sus comités municipales. Para decirlo en lenguaje coloquial, quítenles el freno y permítanles que cada uno tome las riendas del rescate. Es en ellos donde se conocen a fondo las miserias y las riquezas partidistas de cada municipio. Son sus directivos quienes conocen a los leales y a los traidores y son ellos quienes saben cuáles botones pulsar y cuáles palancas jalar para obtener recursos.
¿Qué se corre el riesgo de que sean los cacicazgos locales los que se adueñen del PRI?
¿Y?
Con todo y sus vicios, es la mejor opción que tiene el PRI. De cualquier manera, en el pasmo monumental que padece ese partido, están condenados a perecer políticamente si continúan en ese aletargamiento que amenaza con prolongarse hasta completar el año.
La realidad tricolor en la Entidad es transparente. No existe en estos momentos una figura estatal –ni una sola– con los tamaños para alinear a los priístas tamaulipecos. Su clase política histórica está hecha trizas y deslegitimada. No sirven más los Toños, los Baltazar, los Bladimir, los Luis Enrique, los Ricardo y menos los Manuelitos, el último escalón de la inutilidad.
Muchos de esos personajes aún siguen llorando y repartiendo culpas y otros tantos no se atreven a salir al escenario por la vergüenza y miedo a los reproches. A varios más, enriquecidos en forma casi obscena al amparo de esas siglas, les importa un rábano lo que le suceda a ese partido. En una frase: No hay un líder ni algo que se le parezca. Por primera vez en la historia de ese organismo hasta el Presidente de la República, el ex “fiel de la balanza”, lo dicen los propios priístas sin rubor, les viene guango.
En este escenario, ante el enorme vacío de dirigentes naturales o fabricados, han surgido, para tratar de llevar agua a su molino, los advenedizos, los redentores de ocasión, los oportunistas y los emisarios de un pasado que precisamente es el que hundió al priísmo. No sólo no apoyan, sino que estorban.
Si se atreven o no quienes en teoría mandan en el PRI nacional y dicen que lo hacen en el Estado, a soltar las amarras de los navíos locales, es una posibilidad que en mi percepción difícilmente se concretará por el temor de ser hechos a un lado, pero si continúan con la etiqueta de testigos de palo, que nadie se espante si la rebelión prende en esos comités municipales.
Y si quieren una probadita de ese futuro cercano, ahí está el clan Reynosa. ¿Cuál más sigue?…
La frase de hoy
“El mexicano como regla general piensa mucho en sus derechos privados y está siempre muy atento a defenderlos, pero no hace lo mismo con los derechos colectivos…”
Porfirio Díaz
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