Si alguna contradicción domina el comportamiento político de Andrés Manuel López Obrador, es el conflicto de personalidad entre el líder social antisistema con el político institucional prosistema. Más que una síntesis entre ambas, al final en López Obrador se impone la personalidad sistémica. Es decir, el tabasqueño es un priísta típico, como lo demostró como jefe de gobierno del Distrito Federal de 2000 a 2006.
En lugar de buscar el poder para imponer una nueva política, López Obrador ofrece paradójicamente una salida circular a la crisis del sistema político priísta: la reconstrucción del viejo modelo a partir de una base social popular, pero sin compromisos de clase y en función de una estructura social basada en lo lumpen:
proletariado y burguesía en sus niveles de marginación, dominantes en la dinámica del conflicto.
A López Obrador no lo anima ningún proyecto alternativo, ninguna idea rectora decisiva; es antisistema y antiestado como Donald Trump, pero quiere el poder no para liquidarlos sino para fortalecerlos en su versión muy luiscatorcesca, es decir, ajustada a su propia personalidad del yo, la identificación personal de las instituciones como la única garantía ante un pueblo asumido como creyentes, no como ciudadanos.
Su estilo de gobernar se vio con claridad en su gestión como jefe de gobierno capitalino: sistémico, sin propuestas alternativas, priísta, legitimador de él como gobernante a pesar de casos flagrantes de corrupción que debieron de haber tenido su aval, mediático con sus conferencias de prensa diarias para poner agenda, paternalista y populista por los programas asistencialistas basados en la construcción de lealtades electorales, sin ninguna iniciativa para romper la apropiación privada de capital, promotor de la plutocracia con beneficios en contratos gubernamentales como su estructura empresarial de poder.
Ahora mismo, garantizada la lealtad de los beneficiarios de los programas sociales pero antisistema y antiestado, su expectativa descansa en conseguir el aval de los sectores dominantes del sistema, lo mismo políticos priístas de gobiernos anteriores hoy en busca de sobrevivencia laboral que empresarios que miden sus lealtades en la de utilidad.
López Obrador no es alternativa sino un similar, lo mismo, pero más barato; su propuesta se resume sólo en la venta de expectativas utópicas que podrían llevar, por el funcionamiento del capitalismo mexicano, a una distopía. Eso sí, sus propuestas paternalistas, asistencialistas y de bienestar derivado de dinero regalado por el Estado gana adeptos en sectores sociales abandonados por el PRI y en busca de un nuevo PRI populista que es Morena.
De ahí que sólo lo anime la ambición de poder personal, aunque determinado por el modelo histórico estudiado por Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: el bonapartismo, un retrato político de la caracterización del poder personal. Luis Napoleón Bonaparte fue presidente de la segunda república francesa 1848-1852 y por el golpe de Estado de 1851 se asumió como emperador en 1852 hasta su derrocamiento en 1870. Y su caída fundó la tercera república.
El perfil bonapartista de López Obrador asume las caracterizaciones de Marx: autócrata, pone al ejecutivo por encima de los demás poderes, anula el modelo de representación política, se sostiene por las facciones lumpen de la burguesía, el proletariado y las clases medias depauperizadas, personalización del Estado, voluntarismo en decisiones, dictadura popular, anulación del sistema y del Estado y ejercicio del poder con el apoyo de los pobres para ponerse al servicio de los ricos.
Aunque al final, López Obrador es un priísta típico.
Política para dummies: La política es el arte de decir una cosa y hacer otra.
Sólo para sus ojos:
• A partir de ayer comenzó el programa de radio “La agenda… de Carlos Ramírez y Roberto Vizcaíno” en el 1530 AM de Radiorama, todos los días de 1 a 2 de la tarde; escúchenos y participe.
• Parece que los políticos no entienden. Se la han pasado desde 1988 renegando de las encuestas que dicen una cosa y la realidad fue otra, pero apenas sale una que los pone al frete y la asumen como resultado oficial.
• Finalmente, el gobernador morelense Graco Ramírez logró lo que parecía imposible: aglutinar a todos los sectores sociales en su contra, incluyendo a muchos sectores populares decepcionados con el estilo personal y familiar de gobernar del perredista. Y el asunto se le pone difícil porque el gobernador carece de sucesor y podría optar por dejar de candidato a su hijastro. Bueno, nada nuevo en un poliúrico que se forjó en el PRI paralelo que fue el PST de Aguilar Talamantes.
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