En el 2015 fue otro fracaso. En el 2016 no se llevó a cabo y en el 2017, anticipan, se llevará a cabo pero en medio de penurias económicas.
¿A qué me refiero?
Al Festival Internacional Tamaulipas, que tras una breve época de esplendor ha caído en un declive cada año más pronunciado y que en el actual se someterá a un ajuste radical por las políticas de austeridad aplicadas por el Gobierno del Estado en todas sus áreas, que lo convertirá conforme a filtraciones de alto nivel, principalmente en un evento para valores locales.
¿Qué ha sucedido con este festival, que llegó a ser un orgullo para el Estado?
Hay mil historias en torno a él, pero lo sucedido está escrito. Tras un pálido intento en el sexenio de Manuel Cavazos Lerma con el kilométrico nombre de Festival Cultural de la Costa del Seno Mexicano, el padre real de la brillante versión de la cual apenas quedan sombras, fue el gobierno siguiente, aunque con matices de sospecha en sus finanzas por los abiertos señalamientos sobre peculados contra su principal operador, un personaje que todavía vende –y muy bien vendidas– sus
habilidades discursivas.
Con Tomás se inició una docena de años –Eugenio Hernández prosiguió esa labor– que llegó a ubicar al FIT como uno de los eventos más importantes del país en la materia. Nunca a la altura del Cervantino, pero sin duda con relieves que en algunos casos competían con el festival guanajuatense, dada la calidad de los grupos, compañías y artistas que incluía, aunque una buena parte con una etiqueta negra: En gran parte fueron espectáculos para privilegiados.
El monopolio de muchos eventos importantes lo capitalizaban altos funcionarios, empresarios favoritos y en general miembros “VIP” de la sociedad tamaulipeca, que acaparaban la taquilla por presumir su nivel cultural y dejaban los recintos a medias porque no les importaba en realidad presenciarlos. Sólo así se permitía el acceso al público en general.
Aún así, el nivel en varios años fue de excelencia. Hasta que llegó Egidio Torre Cantú.
El victorense convirtió al FIT en una parodia que en algunos casos abrió las puertas al ridículo. Relegó a los verdaderos talentos estatales y creó un escenario para familiares y amigos que apagó el esplendor que mal que bien alcanzaron sus antecesores. Surgían así las primeras paladas para sepultar al festival.
El mejor intento en ese sexenio por conservar el brillo fue el nombramiento del maestro Sergio Cárdenas Tamez como Director en 2011, en la edición XIII, pero nunca
ejerció realmente el cargo y terminó por huir del Estado ante el acoso de las autoridades del ITCA. Los tamaulipecos nos quedamos con las ganas de saber si lo hubiera hecho bien o hubiera sido también un fracaso. Dando traspiés, el FIT confirmó su agonía en 2016 al cancelarse la que debió ser la edición 18 con el argumento del cambio de gobierno en el Estado y ahora, en 2017, el panorama dista de ser risueño para el FIT.
Las primeras noticias sobre su realización han surgido con timidez, sin formalizarse compromisos y bajo una nueva realidad: Atrás quedaron las fanfarrias y la caja fuerte abierta y en su lugar aparece la frugalidad, tanto en eventos como en la dimensión de los participantes, reflejado en las versiones de que por la crisis económica, el festival se dedicará básicamente a impulsar talentos locales.
¿Es bueno o es malo eso?
Por supuesto que es bueno, pero como todo en la vida, con medida. Siempre es y será de vital importancia apoyar a los artistas tamaulipecos, nacientes, en formación o consagrados. Son un tesoro que se debe cuidar y proteger.
Pero la cultura no es sólo Tamaulipas. El FIT era una ventana extraordinaria para miles y miles de tamaulipecos ávidos de conocer nuevas expresiones del arte pero limitados por su lejanía o por el enorme gasto que conlleva disfrutarlos. Era una oportunidad única para muchísimos de acceder a esos círculos.
Y hoy, se nos están escapando de nuestros ojos, de nuestros oídos, de nuestro tacto y de nuestro olfato. ¡Qué desgracia!…
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