El calor nos derrite la coliflor y no podemos recular porque tenemos que aguantar la vara.
Nuestro inolvidable maestro Andrés Pérez Esquivel nos decía «que teníamos que aguantar la chaira».
El Profe Andrés sobaba su chicheve que tenía un anillo en la punta. El chicheve era la vara de la palma que dura nos la atestaba en las nalgas al no responder las preguntas de clase.
Por el pasillo entre mesa bancos que eran dobles, el maestro Andrés recorría uno a uno, pregunta tras pregunta. Nuestras nalgas se fruncían y el fundillo se alteraba al paso del duro chicheve.
El calor también era parte del suplicio que convenio con nuestro querido mentor.
Y no era para menos la «letra con sangre entra». Y nos advertía: «No las meta porque es doble» mientras estiraba el pantalón trasero para reventarnos la vara.
Tiempos de palos y de nalgadas que ahora son del pasado porque hoy los alumnos le pegan a los maestros.
Las nalgas son el extraño objeto del deseo. Es el atractivo visual inmediato. El calor las refunde y las requinta. El calor obnubila la visión y las lágrimas de sal.
No permite la saludable admiración por los traseros.
El calor lo puede todo y es permisible el uso de ropa ligera que permita el meneo del aguayón con libertad.
No somos un pueblo caribeño a pesar de las temperaturas. Tenemos un mar de lágrimas pero no podemos remar contra la corriente.
Si fuéramos costeros andaríamos en calzones con las nachas enjutas y con mucho orgullo cuerudo.
Poco hay que enseñar, nuestras nalgas de rayita de aspirina
Ya poco tienen que ofrecer.




