Tal vez habrá quienes piensen que ante el elevado número de estudiantes de preparatoria que existe en la zona sur del Estado y en todo Tamaulipas, las cifras no exhiben una crisis preocupante.
Pero las autoridades educativas, penales y de salud deberían tomarlas más en cuenta.
Me refiero a la denuncia de un regidor de Ciudad Madero sobre los casos de alumnos de ese nivel –especialmente en los llamados CBTIS– que periódicamente son sorprendidos consumiendo enervantes, en donde destaca la marihuana. Son ocho por semestre en promedio, dijo, lo cual no parece justificar pegar el grito en el cielo si se toman en cuenta las decenas de miles de muchachos inscritos en los planteles de educación media superior.
Pero podemos estar seguros que esos dígitos son sólo una sombra muy pálida del tamaño del problema real.
Para nadie es un secreto. Puede usted multiplicar por diez el 8 denunciado y se quedaría muy corto en cuanto a la gravedad del uso de drogas en las escuelas preparatorias. La realidad es que son cientos –en todo el Estado miles– los jovencitos que padecen esa adicción, no sólo de “yerba” como la llaman, sino de sicotrópicos mucho más devastadores.
No es nada nuevo este escenario y lleva varias décadas haciendo estragos en los círculos educativos. Para tratar de medir el impacto de ese consumo, pongo sobre la mesa una vieja historia sucedida en Ciudad Victoria en donde omito el nombre de la escuela para no herir susceptibilidades.
Corrían los ochenta del siglo pasado. En un colegio particular capitalino de enseñanza secundaria en ese entonces, alguien alertó a director y profesores que “olía” muy raro en las afueras de uno de los salones.
El grupo que ocupaba el aula estaba en receso por la falta de un profesor y como no se permitía a los estudiantes salir de la misma, nadie podía sospechar que ocurriera algo indebido, pero al ingresar las autoridades al salón un espeso ambiente los recibió. Era humo con el característico aroma a “petate quemado”.
La sorpresa y el escándalo fueron mayúsculos. Más de la mitad de los alumnos estaban fumando tranquilamente marihuana. El resto por estar impedido de salir y para no denunciar a sus compañeros permanecían como fumadores pasivos, casi con los mismos efectos de los consumidores. Estaban los chicos y chicas, como dijeron en esos momentos algunos testigos de manera coloquial, “horneándose”.
El suceso sólo trascendió en círculos muy restringidos por las respetables –y adineradas– familias de los menores. Ningún medio dio cuenta del mismo y ninguna investigación se abrió. La experiencia sirvió para que el colegio impusiera un control mucho más severo y por lo menos no se supo de otra situación similar.
Esta recapitulación no tiene como objetivo exhibir a nadie ni a nada. La intención es remarcar que gracias a la indolencia mostrada por gobierno tras gobierno para atender esas conductas, el consumo de enervantes en las escuelas siguió extendiéndose de manera casi epidémica hasta convertirse en una
especie de “normalidad anormal” el hecho de que muchos compañeros de escuela fueran adictos a fumar la cannabis.
Así que nadie se espante por lo que sucede en las preparatorias de Ciudad Madero, de Tampico o de Altamira, porque es lo mismo que se padece desde hace demasiado tiempo en el resto de las poblaciones tamaulipecas, no sólo en las preparatorias. No debe ser la respuesta oficial o familiar a ese problema el
clásico y dramático desgarramiento de vestiduras, sino proteger a los afectados de riesgos más graves.
Se está a tiempo para hacerlo. Aunque muchos opinen lo contrario sobre la marihuana, en la universidad su servidor tuvo compañeros que prácticamente “flotaban” a diario. Y hoy, son empresarios destacados y ejemplares padres de familia.
Sin embargo no todo es color de rosa y de ahí la necesidad de atender el problema. Hay que resaltar un saldo negativo: No todos lo lograron…
Twitter: @LABERINTOS_HOY