Una tira de Mafalda creada por lo menos 40 años atrás, tiene una demoledora actualidad.
En ella, la precoz niña camina por la calle y a su paso escucha frases como “¡Dios mío!”, “¡Ay Señor!” y otras semejantes, por lo cual se dice a sí misma: “Es curioso como la gente se vuelve más religiosa al acercarse el fin de la quincena”.
Algo similar ocurre hoy con las redes sociales.
Cada día que transcurre éstas dejan de ser en mi visión, un canal de información y se van convirtiendo en un espejo de la percepción que registra la sociedad en general. No de la quincena que cita Mafalda, sino del entorno.
Es evidente que a medida que avanza la cobertura de esos mecanismos de comunicación, va en retroceso como objetivo la búsqueda de noticias por parte de los usuarios y en aumento su uso como caja de resonancia de lo que mucho que sufren o de lo poco que disfrutan los mismos.
Para decirlo en pocas palabras: Son una especie de termómetro del “cómo me siento” y del “cómo lo veo”. Y eso no es precisamente esperanzador.
Si es usted un seguidor fiel de Facebook, Twitter, Instagram o alguna otra ventana digital, lo confirma a diario: Las redes están saturadas, en lugar de las clásicas notas informativas –a menos que sea un portal dedicado a ese material– de dos grandes expresiones:
La buena, es obvio, son las frases y mensajes –incluidos los religiosos– para levantar el ánimo, para no desmayar, para seguir luchando, para esperar la luz al pasar la noche y para alcanzar casi la aureola de santo, abruman, avasallan. Se “suben” por centenares, por miles.
La otra vertiente, la mala, es la queja, la crítica y hasta el insulto, que más que opiniones se acercan a desahogos a manera de válvulas que dejan escapar la presión para que no estalle la olla. Su efecto, aunque aligera la decepción y aminora la ira social por el drama que vive el Estado y el país, no resuelve en su gran mayoría los problemas y se acotan en las frases ya mencionadas del “cómo me siento” y el “cómo lo veo”. Hasta ahí.
No es lo anterior lo más relevante, sino el balance que en mi juicio deja esta marea de reflexiones, denuncias y señalamientos. Tanto en lo positivo como en lo negativo el saldo es el mismo: Todos estamos hasta el gorro de lo que vive nuestra tierra y por lo tanto, de lo que padecemos en ella. La diferencia es sólo la elección de la orientación: exhortas a luchar o satanizas.
Me parece y es una opinión personal, que los gobiernos locales, municipales o estatal, deberían atender a las redes no sólo como vehículo para difundir sus acciones o deslegitimar el trabajo ajeno, sino para medir el grado de desencanto y frustración que vivimos los tamaulipecos, tampiqueños, reynosenses, victorenses o padillenses –los que quiera– con lo que nos rodea.
No nos gusta, está claro…
“Muertos” vivos
En la política y sobre todo en la mexicana, queda claro que nadie está muerto hasta que realmente deja de respirar. Y aún así, hay casos que demuestran lo contrario.
En los hechos, una prueba de lo anterior es el ex gobernador de Coahuila, Humberto Moreira. Vive un drama desde que dejó ese cargo, baila en un escándalo de 34 mil millones de pesos por la deuda que dejó, fue detenido en España por presunto lavado de dinero y ha sido involucrado en operaciones criminales en pesquisas estadounidenses. Y sigue vivo políticamente.
El coahuilense acaba de anunciar en su cuenta de Facebook que buscará ser diputado federal en el 2018. Quién lo pueda cobijar es lo que menos importa; lo insólito es que se atreva a buscar ese puesto de elección popular con todo el infierno que lleva a cuestas. Y la pregunta sería entonces:
¿Se podría dar en Tamaulipas un caso parecido?…
Twitter: @LABERINTOS_HOY