La memoria, los ojos que dibujan en la lejanía, el horizonte se inclina para ser mar y sueño. Se recorre al mundo viejo que es nuevo en la memoria fresca.
“Sin hablar, me presentan tu rostro, sin preguntar adivinan tu nombre” dice Antonieta Villamil en Los Acantilados del Sueño.
En Ostia, el antiguo puerto romano bambolea en las olas. Las barcazas se alumbran en una luna clara de noviembre. El mar resuena y la playa acumula los relojes de arena. Es el tiempo de los poetas en el Festival Mundial de Poesía, 1979, que reúne a los más asombrosos poetas del Siglo XX. Allí están Eugenio Evtushenko, Elsa Morante, Allen Ginsberg y Darío Belleza, entre otros grandes de aquí y de allá.
Sobre la barcaza, como foro en el agua, con los tumbos de los roqueros y trovadores, bajo el amparo de la luna, los poetas, decenas, se amotinan en la improvisada barra de las guitarras, lo platillos de las baterías, las armónicas de boca, y las fumarolas de la mariguana y achís.
Un público de pie sentado en la caliente arena, se multiplica a cada instante en los remedos de la luz de la luna.
Ostia, cuerpos desnudos, tres mil, cuatro mil cuerpos encuerados a un solo canto, a un solo silencio. Rostros, cientos rostros que se conocen por vez primera.
Ostia se encuentra aproximadamente a una hora de Roma, es el antiguo astillero y puerto romano, convertido en espacio libre al viento de poesía.
Todos desnudos, menos los poetas en el foro. Me acerco con sigilo al lado de Allen Ginsberg, el profeta de la poesía de la Guerra de Viet Nam, lo escucho, mientras charla con Darío Belleza, el exquisito poeta italiano. Más atrás Elsa Morante, la admirable poeta del amor y el mar. Hago bocetos de los poetas, le pido al barbado Allen Ginsberg que me firme el dibujo. Estoy emocionado con la figura del Gurú de la poesía Beatnik.
“Yo vi, dice Ginsberg, a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, Hambrientas, Desnudas…”
Enfundado en su traje Mao. En mi memoria a los ojos, los bocetos que realice de esos grandes poetas. Conservo la firma de Allen Ginberg y de Darío Belleza como un sagrado tesoro.
Escribí en mi libro El Paisaje del Cuerpo en 1980:
“El mar y su abrazo de arena
El mar y su llanto recorren los muros del imperio vacío
Ostia memoria de vidrio
Se cala en la pétrea blancura de las barcas romanas”