Peña Nieto, como todo presidente de México ha sido protegido de la crítica por su entorno cercano. Es típico de nuestra cultura política autoritaria que al jefe no debe llegar ni la menor muestra de inconformidad. No se trata solo de proteger al jefe sino de un instinto de autoprotección de toda su camarilla. Permitir que el descontento llegue como golpe seco, que realmente duela, implicaría correr el riesgo de que sacrificara a algunos de sus allegados; que hiciera, por ejemplo, cambios en su gabinete.
El equipo cercano construye un ambiente de autocomplacencia colectivo que se expande hacia debajo permeando toda la pirámide política y burocrática. Una estructura que oculta o disminuye los fracasos, interpreta la crítica como casos aislados, resentidos irremediables, gente con intereses misteriosos, incluso antipatriotas.
Cada escalón de esa estructura se rige por dos reglas informales pero poderosas. Una se expresa como “la ropa sucia se lava en casa” y significa que los problemas y deficiencias de cada ámbito burocrático no se comunican al exterior. La segunda regla es “no saltarse las trancas”. Implica que ningún subordinado rebasará al jefe inmediato en comunicar hacia arriba lo que verdaderamente ocurre en su campo de acción.
La combinación de ambas reglas significa que cada jefecillo, jefecito, jefe o jefazo se encarga de dorar la píldora acerca de su propio trabajo e impactos. Píldora que se va recubriendo de capas de embellecimiento conforme asciende los escalones de la pirámide burocrática. Me ha tocado observar la profunda ignorancia de los altos puestos sobre la operación y los impactos reales de los programas que dirigen. Lo que podría explicar fallas de eficiencia. Pero estas no son las más graves.
El verdadero problema es la trama de corrupción generalizada y operada desde muy arriba. Si para muestra basta un botón ahí está el caso de la estafa maestra. De acuerdo a la investigación y datos proporcionados por la Auditoría Superior de la Federación entre 2012 y 2016 se desviaron 6 mil 880 millones de pesos mediante un procedimiento repetido múltiples veces.
La práctica fue contratar directamente, sin concurso, a entidades públicas tales como instituciones educativas o áreas de comunicación social (radio y televisión estatales) bajo la ficción de que tenían la capacidad para hacer asesorías, consultorías, servicios, estudios técnicos, supervisar u operar programas de desarrollo social, agrario o territorial.
El segundo paso es que estas entidades, por ejemplo, las universidades estatales del Estado de México, Morelos, Zacatecas, o los sistemas de radio y televisión de Hidalgo y Quintana Roo recibían contratos por centenares de millones de pesos con la instrucción de subcontratar a las personas o empresas que las mismas SAGARPA, SEDESOL, SEDATU, BANOBRAS o Pemex, entre otras, les indicaban.
Una modalidad era pagar millones por trabajos ridículos; cuatro millones por un cronograma, siete millones por un manualito de organización que apenas alteraba el oficial. También encargos repetidos. Pero los contratos por centenares de millones solicitaban entregables que la propia contratante, es decir sus empleados, habían hecho y que esta le daba a la contratada para que los devolviera formalmente.
Típicamente las entidades estatales se quedaban con un ocho por ciento como ganancia y el resto lo dispersaban entre 20 a 30 subcontratados en primera instancia. Entre estos los había ilocalizables, con domicilios falsos, personas francamente indigentes, algunos hicieron declaraciones fiscales en ceros a pesar de haber entregado facturas por muchos millones; otros tenían actividades improcedentes para el servicio requerido.
Después de una primera dispersión de recursos los subcontratados los volvían a concentrar en un menor número de empresas ubicadas en México, Estados Unidos o Europa.
Casi siete mil millones defraudados bajo un modus operandi expandido en la administración pública federal no es un asunto menor y todas las brújulas apuntan a un esquema armado en los niveles dirigentes de más alto nivel.
La corrupción e impunidad afloran en un contexto de medios de comunicación controlados o cómplices. Cuando en estos medios se cuela una voz crítica inteligente y atinada pronto se le descarta. En casos extremos desde los rincones más oscuros han surgido las manos asesinas que han hecho de este país uno de los de mayor riesgo para el periodismo de investigación.
Lo que impera son medios masivos de entretenimiento y distracción, sin vocación para promover la reflexión informada. Una violencia criminal que entre las docenas de miles de muertos y desaparecidos corta también las cabezas de los activistas y dirigentes sociales de pueblos y regiones. Una Contraloría Social diseñada para ser inoperante y cuyas reglas no han cumplido las instituciones públicas, en particular, van de nuevo, la SEDESOL y la SAGARPA.
Esta administración ha vivido en una linda burbuja de autocomplacencia por varios años. Pero lo típico de nuestros ciclos sexenales es que al final de un sexenio esta se destruya. Eso es lo que expresa el presidente cuando ante audiencias a modo se queja de lo que él y sus cercanos llaman irracional enojo social.
¿Dónde se localiza la irracionalidad? ¿En el enojo de la población que ya no se le puede ocultar al presidente? ¿O en la burbuja de autocomplacencia en vías de desaparecer?
Al presidente le esperan los días amargos en que las lealtades se reorientan y se ve obligado a redescubrir a un país de violencia; inequidad extrema al que sus aliados, Estados Unidos, Canadá y el Vaticano califican como de trabajo esclavo; administración ineficiente e impunidad descarada.
Su conductor designado, el que al parecer no bebió durante el sexenio, se ubica al interior de la burbuja de autocomplacencia. Pero supongo inevitable que este pronto se dará cuenta de que navegando en la autocomplacencia no tiene esperanzas de ganar las elecciones. Solo abandonando la ideología itamita, para escuchar y resonar con el sentir popular tiene alguna esperanza.
Para darse una oportunidad tendrá que abandonar a sus cuates y encabezar una rebelión desde abajo. Lo más probable es que ni así gane; pero sin ese acercamiento a la realidad no hay modo.
Entonces terminará de derrumbarse la burbuja de la autocomplacencia presidencial. No hay de otra.