CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- La carretera, esa culebra gris que guarda tantas historias, de alegrías y lágrimas, desenlaces tristes y encuentros al azar.
Pero también es lugar de pequeños milagros y relatos increíbles en los cuales una mano amiga ayuda a más de uno a sobrevivir una crisis y hasta salvar la vida.
Hay personajes que suelen ser protagonistas estos casos en muchas ocasiones.
Son los Ángeles Verdes de la Secretaría de Turismo.
Suele uno encontrarse las patrullas en el camino, a muy baja velocidad. Su labor consiste en dar orientación e información de los destinos, y atractivos y servicios turísticos de la región, realizar radiocomunicación de emergencia, dar asistencia mecánica y prestar auxilio en caso de accidentes y de desastres.
El Caminante decidió agarrar carretera para platicar con uno de ellos.
En la carretera a Monterrey más alla de San José de las Flores, encontró a la unidad R-493.
Al volante esta Don Mario, quien con sus 25 años de experiencia ha sido testigo de innumerables incidentes y situaciones que incluso han llegado a poner en riesgo su propia vida.
Nacido y creado en Victoria cursó la ingeniería agrónoma en Victoria.
Don Mario empezó a trabajar como ayudante de mecánico en el área metropolitana de Monterrey, oficio que aprendió de sus hermanos.
La vida no era nada fácil hace tres décadas, pues ganaba apenas para pagar la renta y hacerse de lo más necesario.
A los 31 años decidió aplicar para ingresar a la corporación, cuando aún vivía en la Sultana del Norte.
“Antes se estilaba que los que deseaban ingresar hacían un curso a la Ciudad de México y si lo aprobaban se incorporaban al servicio”.
Fue así como don Mario, ahora de 56 años, inició su larga trayectoria en este menester.
Allá patrullaba diferentes caminos como la autopista a Saltillo, las que van a Reynosa y Nuevo Laredo (libres y de cuota).
En la capital neolonesa trabajo entre 3 y 4 años, hasta que se presentó la oportunidad de cambiarse a Reynosa e hizo la permuta. A unos cuantos días tramitó su cambio a Ciudad Victoria y desde entonces se dedica a prestar auxilio a los viajeros en las carreteras de la región como la Rumbo Nuevo y puntos intermedios de la que va a Zaragoza, a Jiménez y el Barretal.
Sus jornadas son de doce horas de continua vigilancia. Cuando terminan cargan gasolina, realizan un reporte y se retiran a descansar.
Para llegar a ser Ángel Verde hay que tener conocimientos básicos de mecánica automotriz, sin embargo con la modernidad los coches han evolucionado a pasos agigantados.
“Antes era fácil cambiar los mentados platinos, condensadores, cajas electrónicas, la banda, distribuidores etc… ahora son puros sensores y bobinas, todo va relacionado con la computadora si algo funciona mal la información se distorsiona”.
El uniformado comenta que hay algunos tipos de carros que más frecuentemente se los encuentran tirados en el camino.
“El Contour y el Toppaz, si tienes un enemigo… ¡regálaselo!” dice entre risas.
Sin embargo actualmente son mayoría los muebles de reciente modelos circulando y muchos cuentan con seguro y asistencia en el camino… y eso que en esta zona los seguros suelen ser un tanto caros.
Hay ocasiones en que la ayuda va más allá del camino:
“Una vez en la cuesta de la Llera decidí traerme a una familia a mi casa… pues no traían dinero ni tenían familiares cerca.
Pero así como hay buenas anécdotas también hay algunas muy tristes.
“Recién cuando ingrese a los Ángeles Verdes en Monterrey andaba en la autopista a Reynosa, en ese lugar se encontraba personal dando mantenimiento a la carretera en una camioneta ‘350’ de redilas… de pronto un bato todo pedo chocó a la camioneta, el bato bien madreado traía una botella de brandy… quedó ahí muerto con su hijo aún bebé… en pañales, su esposa salió muy mal herida, junto con otra persona a la que le había dado raid, ella murió días después”.
“En eso estábamos cuando de pronto a unos cincuenta metros el tren se llevó a un tráiler que iba pasando… le pegó de lleno al tractor, iría bobeando tal vez. Fue cuando me dijo mi compañero, nombre ‘amonos a la chingada aquí anda el pinche diablo suelto al cabo ya están aquí los federales y los paramédicos’, fue una triste coincidencia”, relata.
Pero en esta labor también se corren grandes riesgos.
“Una vez llegaron unos batos y nos rogaban que los lleváramos a Valles, pero les aclaramos que no podíamos porque estaba fuera de ruta y jurisdicción. Al último nos pidieron que los arrastráramos hasta Mante. Total, accedimos a llevarlos”.
Don Mario cuenta que los viajeros se pusieron a moverle algo a su carro. Al parecer su objetivo era quitarle las juntas homocinéticas para que “rodara libre”.
“Mi compañero me dijo hey Lucas, ve a ver qué están haciendo, y le contesté que el bato era mecánico y que yo consideraba que sabían lo que está haciendo… yo siempre reviso todo pero esa vez no quise”.
“Total que lo empezamos a remolcar, se subieron tres o cuatro pelados conmigo y mi compañero se llevó la patrulla y a unos cuantos metros ¡pum! se zafaron las pinches llantas y acabamos estrellándonos contra un alambrado y un árbol con un tronco apuntando exactamente hacia mí pero gracias a Dios nomás quedó frente al parabrisas. Llegando a casa… empecé a temblar. Me
preguntó mi mujer ¿Qué tienes? Y le dije nombre vi la pinche muerte de cerca aunque no lo creas”, cuenta el hombre sin ocultar lo mucho que aún le afecta recordar ese impactante momento.
Por necesidad de su trabajo tuvo que aprender un poco de inglés, para dar instrucciones muy elementales como avanzar hacia adelante, aclarar si en el camino hay montañas, o preguntar por algún problema mecánico, o informar cuantas millas faltan para llegar a cierto destino.
Pero más difícil que hablar otro idioma, es tener que dar malas noticias.
“Hubo una ocasión en que unas personas que al perecer venían del otro lado a Santa Engracia, se echaron unas cheves y se accidentaron. El que iba de copiloto murió instantáneamente y otro dos más. El que iba atrás me decía ¡Por favor salve a mi amigo! Y yo le tuve que responder ‘nombre tu amigo ya no está con nosotros’”.
Sin embargo, algunas veces son las propias autoridades quienes entorpecen su labor.
“Una vez nos ordenaron escoltar a un matrimonio norteamericano hasta la frontera ya que la esposa traía un problema del corazón, pero en Jaumave había un reten de la Judicial. Llegamos y el bato se me hace que andaba “bien aterrizado” y le hice el comentario de que si podían hacer la revisión lo más rápido posible. El policía se molestó y me dijo ¿tú me vas a dar órdenes? Yo sé lo que hago, aquí es por donde pasa la droga!. Le preguntó a la señora que que le pasaba y pues y no hablaba nada de español. La vio tan afectada que nos dejó ir. Lo bueno que no le pasó nada a la mujer porque sino en qué pinche pedote se hubiera metido el policía ese loco. Finalmente los cruzamos por Pharr”.
Don Mario dice que no se quiere jubilar, ya sea rigurosamente a los 60 años de edad u, opcional a los treinta años de servicio.
Y si Dios le presta vida quiere seguir en este oficio.
En medio de la plática llega un automóvil e interrumpe al Caminante y a Don Mario, diciendo que a dos kilómetros hay un auto ‘tirado’ que necesita auxilio.
Don Mario sale echo la mocha a ayudar a los paseantes. El Caminante lo sigue a corta distancia. Llegan al lugar del supuesto incidente pero está desierto.
“Ni modo amigo, fue clave ocho (no paso nada)” dice el hombre, sonríe y se despide. El Caminante regresa a “Vicky Ranch” satisfecho de haber conocido a un Ángel Verde, pero sobre todo al gran ser humano detrás del uniforme. Pesada e intensa pero gratificante pata de perro por este día.