CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- “¿Ya se boleó? ¿No? ¡Boléese no sea sucio!” solía decir un aseador de calzado de hace décadas que muchas veces en lugar de hacer clientes se ganaba enemistades.
Para quienes saben vestir, está claro que el atuendo llega hasta los pies.
Aunque las nuevas generaciones han relevado el asunto de la imagen personal a últimos lugares, es cierto que no ha dejado de ser un tema importante al interrelacionarnos en la sociedad.
Y el calzado es parte esencial de ese tema.
Para muchos aún es fácil recordar de como en la primaria era un asunto de importancia presentarse al aula portando correctamente el uniforme, bien peinado y con los zapatos recién boleados. Hasta un premio recibía el grupo que cumpliese la norma al pie de la letra.
Al paso de los años “viene cayendo el veinte” de que lo que los maestros de entonces deseaban era inculcar el hábito y la disciplina en el alumno de ser pulcro y aseado.
El oficio de aseador de calzado tiene su origen en los años treinta del siglo pasado, principalmente en las grandes urbes
En la capital tamaulipeca esta profesión se mantiene a pesar de los cambios de la moda y los diferentes estilos de vida.
El Caminante se dio una vuelta por algunas plazas públicas de la ciudad para echarse la platicada con los limpiadores de calzado.
En la esquina del 9 Abasolo se encuentra Javier, veterano en la aplicación de la grasa, la tinta fuerte y el manejo del cepillo. Con sus 25 años de laborar en este lugar, casi casi se podría decir que ya es parte natural del paisaje.
Incluso antes de instalarse ahí ya había acumulado experiencia trabajando como bolero algunos años en Reynosa.
Al regresar a Victoria se aventó el tiro de invertir en comprar la silla y empezar “A picar piedra” según relata en sus propias palabras.
En esto de la boleada los días pueden llegar a ser difíciles pero no tanto por la chamba, sino por algunos clientes que suelen portarse groseros o prepotentes, que no entienden que el aseador de calzado está para brindarle un servicio, no para aguantar cabrones fastidiosos.
Por ejemplo, hay quienes prefieren que a su calzado no se le aplique tinta fuerte para no molestar con su impregnante olor en espacios cerrados como oficinas y consultorios, por eso Javier siempre les da la opción de ponerles o no. Pero hay quienes lo toman a mal y responden con insultos cuestionando si el bolero sabe o no hacer su trabajo lo cual resulta ofensivo. Pero Javier tiene un sentido del humor muy amplio y siempre trata de sobrellevar a este tipo de personas.
El principal enemigo de los boleros es la lluvia, pues ese día prácticamente nadie acude a bolearse. Es una jornada de trabajo perdida, pero al día siguiente se carga la chamba pues muchos llegan a pedir que les aseen el calzado.
Ha sido pesado este cuarto de siglo para Javier pero también ha sido gratificante pues de este noble oficio ha salido para la ‘papa’ y darle sostén a sus cuatro hijos y consentir a sus cinco nietos que son toda su adoración.
En la zona centro hay tres áreas donde es fácil encontrar a los limpiadores de calzado. La plaza Juárez, “la del ocho” y la plaza “de las velas” en el 8 y 9 Allende y Abasolo.
El gremio de boleros actualmente aglutina a poco más de 33 aseadores que a diario hacen rechinar la franela para dejar los zapatos bien brillosos.
En la plaza del 15 hay ocho trabajadores, entre ellos esta Don Raúl Macías (tocayo de aquel famoso boxeador campeón peso gallo). En este lugar es común ver trajeados y encorbatados que no dudan en darse una buena boleada para quedar bien catrines, aunque como es una área frecuentada por fuereños, también se llena de sombrerudos en botas de piel exótica que llegan a hacer trámites o solicitudes al Palacio de gobierno y deciden asearse para dar una mejor impresión (lamentablemente en este país sigue imperando la norma de “como te ven te tratan”)
Eso sin contar a las damas que llegando los primeros frios liberan del guardarropa las famosas botitas peluchonas.
Don Raúl comenta que un buen día para los aseadores de calzado es cuando realizan de 10 a 12 boleadas. Sin embargo no faltan los “agarrados” que se ponen a regatearles la tarifa. Lamentablemente el costo de los insumos (que básicamente son derivados del petróleo) suben constantemente, por ejemplo el precio de la grasa que en cuatro años prácticamente se triplicó.
Empresas como Pacsa, que se dedica a los artículos para la limpieza de calzado celebran convenios con los aseadores: les proporciona dotaciones de sus productos a cambio de anunciarse en las lonas de los sillones de bolear. Estos arreglos se firman cada dos años, sin embargo este espacio publicitario está abierto a quienes deseen mejorarlo. Ojo empresas locales, pónganse las pilas. (¿Por qué tiene que venir una persona desde la Ciudad de México hasta Tamaulipas, si de aquí mismo puede haber negocios o empresas que se beneficien de este tipo de acuerdos?)
En muchas ciudades, especialmente en los “pueblitos mágicos” y los sitios coloniales y turisticos, a los boleros se les apoya para que aporten el folclor de estos pintorescos lugares. Lamentablemente en Victoria se han vuelto parte de ese paisaje que los gobiernos ya se acostumbraron a no ver. Pero Don Raúl tiene fe en que en esta etapa de renovación urbana que llevan a cabo las administraciones estatal y municipal se les incluya como parte de esa nueva imagen de la zona centro.
Don Raúl cuenta una anécdota muy peculiar.
“Hace tiempo un reportero llegó y me pidió prestada la silla para hacer unas tomas… con todo y cámaras para grabar una sección, pero yo le dije ¿sabes que? No te la voy a prestar, porque el tipo venia mal vestido con una pelucota todo greñudo todo sucio embarrado de grasa y le dije ¿A poco ves que asi ando yo?” le respondió al comunicador un tanto molesto por su intención de caricaturizar y poner en ridículo el noble oficio del aseador de calzado.
Don Raúl tiene que seguir con su chamba porque el dia esta bueno para bolearse y los clientes ya casi hacen fila.
Aunque muchos perciben que el futuro de esta profesión es incierto, la realidad es que los amigos boleros son necesarios para fines prácticos de la población: en sólo cinco minutos pueden en hacer que el calzado luzca y hasta huela incluso mejor que cuando eran nuevos.
Así que le próxima vez que acuda con los aseadores de calzado demuestre su educación y no regatee, y de ser posible dé propina. El Caminante se despide y continua su camino por la cueruda selva urbana. Demasiada Pata de pero por este dia pero eso si, patas bien boleadas.




