CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Casi todo mundo sabe que están ahí, pero nadie voltea a verlos. Eso sí, muy pocos los conocen por su nombre. Son rostros con la mirada baja, los ojos rojos y pulso tembloroso. Es el ejemplo más palpable de lo que llaman la desigualdad social y la marginación urbana. Es el “Escuadrón de la muerte”.
No hay edades definidas, ni color de tez ni grado de estudios predominante entre sus elementos. No hay honor en ser parte de sus filas. No hay día de mañana, y ciertamente, para más de uno, no hay esperanza.
Toda urbe que crece desparramada, absorbiendo parajes, zona rural y creando colonias aquí y allá, experimenta los vicios que corresponden a una ciudad en expansión. Los cinturones de miseria se pueden encontrar a la vuelta de la esquina, en las avenidas principales, en las vías del ferrocarril o en el estacionamiento de cualquier centro comercial. La marginación no tiene código postal.
Cada día es una batalla constante, no sólo para desenredarse del vicio de la tomadera que como tentáculos de un pulpo les abraza, les estruja y les aprisiona, también es una guerra contra el pasado, la tristeza y el arrepentimiento, contra la añoranza de triunfos conquistados en tiempo pretérito.
Unos llegan, otros se van, pero siempre hay un núcleo de seis a ocho miembros “activos” que comparten momentos amargos y agridulces a nivel de banqueta.
Otros suelen coquetear con la idea de integrarse al grupo literalmente “mandando todo a la chingada”. Pero no se atreven, prefieren guardar un sorbo de cordura en el cerebro. Como Martín, que acostumbra acompañar a los compas en las inmediaciones de la antigua estación del tren, el acordeón horizontal de las vías y el oxidado precipicio del puente sobre el desnivel. Martín trabaja… cuando se puede. Aunque sabe algo de instalaciones eléctricas le es difícil encontrar chamba estos días, todos los días… siempre.
Todavía es joven, mas, su mirada y su media sonrisa denota un pincelazo de tristeza que acaba por interrumpir sus respuestas y hacerle callar sin terminar la idea. Es tímido pero curioso. Le causa extrañeza saber porqué el Caminante quiere saber de sus vidas, el origen de la atención y deseo de conocerles.
Aun así se une a la plática.
Juan Carlos “El Chaparrín” se tambalea y echa la cabeza para atrás, por la dormilona del alcohol.
Apenas es mediodía y ambos personajes ya andan ‘a medios chiles’. Sin embargo ninguna pizca de agresividad emana de ellos. Mas bien se comportan de manera atenta y cordial, buscando el cotorreo “en buena onda”.
Ahí, bajo un mezquite y sentados en tres piedras, el Caminante y sus dos nuevos camaradas comparten dos latas de atún, una de chiles en vinagre y unas galletas saladas.
Pero Juan Carlos a pesar de su borrachera trae muchas ganas de charlar y relata cómo cada día de la semana se levanta desde las cinco de la mañana para acudir a la central de abastos a descargar camiones hasta el tope de elotes y naranjas. Es una chamba pesada. Si la diosa fortuna lo llegara a visitar, de seguro descargaría dos tráileres o dos ‘torton’ en un solo día para ganarse un buen billete… aunque ese dinero seguramente acabaría en una tienda de conveniencia al comprar una o varias botellas de aguardiente.
Sin embargo el Chaparrín no se queja, es más, habla maravillas de su patrón y su amable esposa quienes lo tratan con mucho respeto y aprecio.
Pero el alcohol revela lo que el hombre calla y con lágrimas en los ojos relata los momentos difíciles vividos tanto en lo familiar como con los compas que se adelantaron en el camino. La peste a Tonayan no logra ocultar a una alma noble que llora al recordar a los que ya no están, a los elementos caídos del “Escuadrón de la Muerte”.
El Caminante saca un pomo y los presentes se alegran, abren los ojos desmesuradamente y hasta aplauden. “Micha y micha” para cada quien, para que no se ‘pelien’. Otro camarada, el Pilo se ausentó y se perdió de disfrutar la huarapeta que se vivió sobre las vías del ferrocarril, con el eje vial y GranD Estacion como escenografía.
Unas cuadras más adelante están Sabino “El Borrado” y el “Tin Tin”, que ese día agarraron una chambita cavando zanjas para ahogar unos postes de madera. Pero “El Borrado” tuvo que ausentarse por un rato…’mandados’ que debió realizar.
Tin Tin es muy sonriente, y a sus 45 años aún guarda cierta actitud positiva hacia la vida. Alto, flaco y de ojos claros, dice que lo han llegado a confundir con centroamericano “pero yo soy de aquí, 100% victorense del barrio del 25 Carrera” dice en medio de un mar de caló de difícil comprensión.
Bajo un cielo nublado, Tin Tin confiesa que estuvo preso en el “penacho” de Tamatán más de 12 años. Su delito: lesiones. Sin embargo su verdadero purgatorio lo vivió al salir de la cárcel pues la serpiente de la drogadicción lo mantuvo envenenado por un largo tiempo. Y aunque finalmente logró desafanarse de esa adicción el alcohol lo mantiene sometido. Aún así, tiene suficiente energía para reir y creer que algo bueno pasará en su vida y lo hará mejorar.
Tin Tin no le hace el feo al atún que el Caminante le ofrece, pero algo extraordinariamente inspirador ocurre. El Tin Tin le pregunta al Caminante si ya comió, y le ofrece la mitad de la lata de atún que acaba de recibir. De entre lo muy poco que ese día cayó en sus manos, tuvo la gentileza de compartirlo.
Finalmente regresa Sabino “El Borrado”, que al darse cuenta de que hubo algo para “la papa” y no estuvo presente le invade la amargura. Pero El Caminante le separó una lata de atún y varios paquetitos de galletas saladas y se los “picha”. Increíblemente el hombre los guarda para entregárselos más tarde a su madre.
“El Borrado” posee una y mil historias de su juventud. La mayoría de ellas envueltas en desgracia. Su vida fue rodar y rodar de aquí para allá, pero siempre con la frente en alto y acotado por la disciplina militar. Soldado, encargado de transmisiones, celador, integrante del batallón de blindados, y hasta elemento del Estado Mayor Presidencial son algunos de los episodios que celosamente atesora y que le han fraguado su carácter rudo y braga’o que mas de una ocasión fue puesto a prueba. El hombre sabe de leyes, carrera que inició ya ‘peludón’ pero que por el momento está en pausa. De mirada penetrante y una dicción envidiable, Sabino “El Borrado” hace gala de su talento para declamar y ofrece de su ronca voz la poesía dedicada a la madre que él mismo compuso. Desafortunadamente, Tin Tin lo interrumpe a mitad de su disertación y se inicia una discusión.
Los ánimos se caldean pues ambos participantes de la acalorada plática creen tener la razón.
El Caminante saca otro pomo de aguardiente para tratar de ‘ahogar’ la situación, pero “El Borrado” decide que ese licor debe ir a parar a la garganta de unos compas que no han tenido la misma suerte que ellos. Esto encabrona al Tin Tin, y como gasolina sobre el fuego la cosa vuelve a arder.
Finalmente Tin Tin decide irse para no iniciar una riña en ese rincón del 23 Méndez… no por cobarde, sino porque llega un momento en que no logra ponerse de acuerdo con su compañero de armas.
La tarde cae en el poniente de la ciudad. El Caminante intenta de una y otra forma despedirse pero sus nuevos compas no lo dejan marchar. Un extraño sentimiento de camaradería y solidaridad vuelve a unir a los presentes. Tal vez porque dentro del alma siempre se guarda una tristeza que sabe menos amarga en compañía de los amigos. Tal vez sea por la lata de atún que para el lector puede parecerle insignificante, pero que para quienes viven en este paraje llega a representar una esperanza, un día de suerte o un buen motivo para volver a creer en la gente que les rodea. Demasiada Pata de perro. Demasiada realidad por el día de hoy. Una tarde más, un día menos, extremoso, difícil, cautivante y a la vez afortunado, un día como cualquier otro, para el Escuadrón de la Muerte.