Confieso que ahora me gustan los gatos, y las gatas, sin agraviar.
En realidad los gatos eran tema de temas en mis dibujos primarios a tinta. Cuando viví en Roma, escribí poemas en los que los gatos son sujetos centrales, transformes del amor sexual que atrajo mi atención hacia los gatos egipcios. Pero ante todo, la magia de los gatos en las historias reales y fantásticas.
Se dice que los gatos tienen siete vidas. En verdad quisiera ser el gato de siete y calzar del nueve. Y es que para gato viejo ratón tierno. Si se cruza un gato, vaya usted a saber si es gato, nos persignamos por aquello de las moscas.
En esta existencia fugaz pero temerosa en que las balas nos caen de a montón le hacemos al gatopardo para cuidar nuestro perfil, no precisamente griego, pero sí Janambre, que es nuestra marca regional.
Por algún tiempo leí mucho sobre los gatos llevado por esa intuición de que los gatos guardan, cuidan los secretos más oscuros.
“En Roma, escribí, hay muchos gatos, juegan, saltan en las ruinas,” en mi legendario libro “El Paisaje del Cuerpo” hoy de antología incluso en italiano. Me asombré de los gatos momificados con los faraones: esbeltos, santos varones, enérgicos, curadores de la inmortalidad…
Por muchos años, en el panorama de hojear y echar ojos de buen cubero a los libros, siempre admire a Altair Tejeda en su gusto por los gatos. Sofás, sus muebles estaban avispados por los gatos donde la querida escritora se reunía con el misterio. Las habitaciones felinas eran un viejo ropero de cajones abiertos y acojinados para sus gatos que acumulaban sueños, junto a los temas de Altair.
Confieso que tengo una gata en casa. Por favor no mal confundir porque puede causar enojo en las feministas. Gata que se le llama Minina, Minerva, Mini y más. Cumplió 12 años de cohabitar en un cautiverio que es de ella y nuestro.
Llegó de la calle una noche y llegó para quedarse. No cuento de sus peripecias que son muy de ella, la gata, pero desde hace tres meses arribó una gatita que se llama Luna, y se aquerencia y ha creado un triángulo amoroso indisoluble.
Pero bien, los gatos, aparecen en las piernas y en el arrullo de grandes y admirados escritores. Carlos Monsiváis tenía una colonia de gatos, yo no tengo una colonia porque ya nadamás me queda el suspiro, digo, de mi coliflor. Es por causas sobrenaturales que llegamos a la Edad de los Gatos, porque de la edad de las gatas, ya pasó en nuestra juventud.
Las gatas braman, y no pocas veces he llevado la metáfora de los gatos y sus movimientos a mi poesía, como en “Torsos”, que aparece en “Todo Locura”. ANAGRAMA, mi exposición el 3 de mayo, en el CCT, tiene del movimiento de las palabras que se hacen pintura y módulos, nada del otro mundo. Pero si nado de lado, o de muertito, con mi admiración por Mallarme en sus anagramas, que en mi prosapia es la estética y la reflexión sobre la palabra.