Tengo un amigo que revisa lo que le depara su signo zodiacal antes de poner un pie en la calle. Si no le gusta lo que le espera según el zodíaco del día, simplemente consulta el de otro periódico. Con las encuestas sucede algo similar. ¿Le incomoda que Andrés Manuel López Obrador tenga ventaja de 18 puntos según el diario Reforma? Fácil, busque la de El Heraldo en la que José Antonio Meade Kuribrñaviene respirándole en la nuca, aunque sospechemos que sea una encuesta a modo.
El 1 de julio López Obrador se convertirá en presidente electo de este país, a menos que sus adversarios convenzan al respetable público de que la ventaja del tabasqueño está disminuyendo significativamente. Si el candidato de Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) llega con un margen a favor de diez o más puntos a una semana de las elecciones, no habrá manera de que alguien le gane sin que se considere, en la práctica, un golpe de Estado. Más aún, si la gente da por sentado que López Obrador va a ganar, lo más probable es que lo haga con una distancia aún mayor, porque a muchas personas no les gusta votar por un perdedor.
Por el contrario, si se extiende la percepción de que Ricardo Anaya Cortés ha disminuido la diferencia de manera significativa, se filtra la posibilidad de arrebatarle el triunfo al tabasqueño. Sea porque, en efecto, el panista alcanzó y rebasó en el último instante o, simplemente, porque al sistema le basta que exista esa percepción para hacer verosímil un fraude. Es decir, la percepción como coartada.
¿De qué depende la noción que abrigue el votante sobre las posibilidades de triunfo o fracaso de los candidatos? La respuesta lógica dirá que de la conversación pública, de la propaganda, del juicio que hagan las redes sociales sobre el devenir de las campañas, de los aciertos y desaciertos de los contendientes. Pero en una campaña tan larga en la que todos esos factores han operado hasta la saciedad sin alterar la posición del puntero (López Obrador), da la sensación de que el resultado no va a cambiar a menos de que se convenza a la gente de que ha cambiado. En otras palabras, si no puedes cambiar la realidad, cambia la percepción que se tenga de esa realidad. Y allí es donde entra la batalla por las encuestas. En teoría, las encuestas son un reflejo de la opinión pública. Pero, a su vez, las encuestas redefinen a la opinión pública. Si uno observa un partido de futbol durante algunos instantes podrá pensar que determinado equipo va ganado, pero es sólo cuando miramos el marcador que advertimos lo que en realidad está sucediendo. Las encuestas son el marcador de las campañas. Con un diferencia: los goles en la cancha son hechos reales una vez que son avalados por el árbitro, los números en las encuestas son percepciones.
Por esa razón hay encuestas para todos los gustos. Hay las que afirman que Meade Kuribreña todavía le disputa la segunda posición a Anaya Cortés e incluso las que lo ponen por encima del panista; otras, por el contrario, dan cuenta de una caída continua e irreversible. Hay encuestas que muestran que la ventaja de López Obrador es inamovible, otras que afirman que Anaya Cortés está recortando la distancia.
Los cuartos de guerra de las campañas han llevado la batalla al terreno de las encuestas. Tratan de negociar con las casas encuestadoras para generar resultados favorables a su causa y están dispuestos a pagar en oro cada dígito ventajoso. Y una vez que observan un resultado conveniente, gastan fortunas en los medios para cacarearlo y convertirlo en “dato duro”, en argumento para impactar en la percepción del público.
Desde luego hay encuestadoras buenas, malas y regulares, eficientes e ineficientes, corruptas y honestas. El problema es saber quién es quién, sobre todo porque la difusión de los resultados no depende de la calidad de la marca encuestadora sino de la maquinaria de propaganda del partido al que le convienen determinado resultado.Hay tanto en juego y tales fortunas involucradas que incluso hay instituciones dispuestas a tirar la reputación, cualquiera que ella sea, a cambio de una tajada del pastel. Por ello es interesante el ejercicio que Bloomberg y El País (cada uno por su cuenta) han hecho para presentar una nueva herramienta: un modelo que promedia todas las encuestas, pero dándoles un valor en función de la calidad de cada casa encuestadora (metodología, récord en elecciones anteriores, etc.). Una especie de curaduría de sondeos y encuestas. Un vistazo ponderado de lo que en realidad está sucediendo en el terreno de la intención de voto. La próxima ocasión que veas una encuesta de temas electorales cuyo resultado no te gusta simplemente entra a la Web y busca la que más te cuadre. Pero si prefieres tener una idea de cómo anda el marcador, échale un ojo a la de Bloomberg, sea para festejar o para espantarte.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net