De la noche a la mañana, tras un domingo intenso, de emociones que van desde el encendido fervor cívico hasta la ansiedad por descargar en las urnas la adrenalina acumulada en semanas de ríspida campaña, hoy amanece el país laxo, con la resaca de la larga jornada electoral.
Con el paso de las horas las cosas se irán acomodando y cada quien tendrá sus conclusiones de lo que ha pasado, medirá los alcances de la decisión que como país tomamos y volveremos a entrar en un proceso circular de debates y conjeturas. En eso nos entretendremos hasta que llegue el primero de diciembre cuando Andrés Manuel López Obrador inicie su mandato constitucional.
Lo que se ha elegido, el saldo final de las votaciones del domingo, es ni más ni menos que un cambio radical en la conducción del país, e implícito en esta decisión, un rumbo muy diferente al que hasta ahora recorrimos. Sería iluso echar las campañas al vuelo pero también de mala leche anticipar el fracaso.
Por lo pronto las dos fuerzas políticas que durante años compartieron y se alternaron en el poder, quedarán minimizadas si ocurre lo que se ve venir: que el nuevo Presidente obtenga también una cómoda mayoría en el Poder Legislativo con todo lo que esto implica de bueno y malo.
Por lo pronto el virtual mandatario electo reiteró en su discurso de anoche en la Alameda Central que hará realidad cada una de las acciones de gobierno que anunció a lo largo de más de una década de lucha por llegar el poder.
Si así es, veremos pronto que el aparato del Gobierno federal es reducido a su mínima expresión y que esta estructura será sacudida por una implacable política de gobierno que pretende terminar de manera fulminante con la corrupción y la impunidad.
Tendrá el País desde diciembre una temporada agitada. No es cualquier cosa limpiar el manejo de la reforma energética ni meterle mano a la reforma educativa y menos a los proyectos multimillonarios como el nuevo aeropuerto.
Casi sin contrapesos hacia dentro del gobierno, el nuevo Presidente tendrá sin embargo, como obstáculos a una terca realidad que en ocasiones se impone y rebasa a las más mejores y más firmes intenciones de los gobernantes y que a veces que los arrastra a hacer lo opuesto de lo que pensaban.
Después de todo México es ahora una sociedad compleja, con poderosos factores reales de poder que han renunciado a la pasividad cuando se trata de defender sus poderosos intereses.
Pero tal vez el gran reto de Andrés Manuel, -a quien hay que desearle lo mejor porque en su suerte va la de todos-, es la complejidad de un mundo global y el gran tamaño de los problemas que enfrentará. Suele suceder que el dinero no alcanza y el tiempo es insuficiente para ponerles fin.
De todas maneras y ya que entramos en una nueva etapa de la vida nacional, no está de más esperar que todo se haga de buena fe y que los resultados sean los mejores. El nuevo gobierno tiene cinco meses para hacer su talacha y revisar bajo el rigor de la realidad cada una de sus promesas y proyectos. Ojalá lo haga.
Otra nueva historia
Aunque los números que tenemos no son definitivos, de la elección de ayer hay interesantes lecturas:
1.- El priismo, que en el 2016 tuvo el mayor de sus fracasos, recibe ahora un puntillazo final al perder las alcaldías más importantes y fracasar en la elección de senadores y diputados federales.
2.- En el nuevo mapa político hay dos fuerzas hegemónicas: el gobernante Partido Acción Nacional y Morena que se nutre con cuadros expriistas, algunos de pésima reputación.