El tema de la corrupción en nuestro país, está ampliamente documentado. Y con respecto al atraso, solo basta recordar que nuestros estudiantes se encuentran mayoritariamente reprobados en matemáticas y lectura de comprensión, entre otras materias. Además de las deficiencias en los servicios médicos del sector público, que llegan a ser verdaderamente escandalosas. Conforme al índice de competitividad, estamos por debajo de países como Letonia, Chipre, Malta, Eslovenia, entre otros.
Aún cuando en el tema de inestabilidad política hemos avanzado en los procesos de elección democrática, ahora el riesgo parece ser la manipulación de los recursos públicos con fines electorales; tal parece que al nombrar como superdelegados federales a candidatos que perdieron sus respectivas elecciones como gobernador, muy
probablemente regresemos a lo que describió el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa: dictadura perfecta.
El presente y futuro de una nación de más de cien millones de habitantes, que es una de las principales economías del mundo, no pueden depender solo de la voluntad de una persona. Eso no lo digo yo, sino que lo ha demostrado la historia de la humanidad.
Al día de hoy, todos los que han apoyado el proyecto de esa persona, puede ser que estén recibiendo los beneficios de dicho apoyo, sin embargo, la garantía de seguir recibiendo esos favores o beneficios, no tiene mayor garantía que la voluntad de quien se los otorgó.
Insisto en que la historia de la humanidad —no solo un caso aislado y ocurrido hace mucho, en un lugar lejano, sino en nuestro propio país—, no hace mucho y en todos los países en que se le ha entregado todo el poder a una sola persona, sin contrapeso institucional alguno, solo ha terminado y, en nuestro caso, terminará mal.
En estos días, se están recuperando los bonos emitidos por el gobierno federal en la Bolsa de Valores de Nueva York para financiar el Nuevo Aeropuerto Internacional de México, sin embargo, ahora es con la finalidad de evitar la degradación de las calificadoras internacionales sobre la inversión y la deuda nacional. Por ello, paradójicamente, no se han parado las obras de dicho aeropuerto, a pesar de que ya se decidió concluirlas. Pero si la decisión sólo dependiera de lo que sucediera en nuestro país, los mecanismos legales de defensa internos habrían sido insuficientes para controlar esa medida.
Por otro lado, hoy, los miembros del Poder Judicial federal mexicano se encuentran defendiendo su autonomía y sus sueldos mediante el juicio de amparo, del embate del Poder Legislativo federal, con la complacencia de Enrique Peña Nieto (quien no ejerció sus facultades y obligaciones como Presidente de la República para observar —vetar— una ley evidentemente inconstitucional), y ahora con la anuencia del actual titular del Ejecutivo federal —porque las reformas que ha querido, se
pueden aprobar cuando él lo decida, recurriendo a la mayoría de que dispone su partido político.
Sin embargo, los mexicanos padeceremos de un Poder Judicial disminuido, débil, que difícilmente podrá defender los derechos de todos, cuando ellos mismos se encuentran a la defensiva.
Más allá de los discursos de una supuesta cuarta transformación, requerimos cuestionarnos si ha cambiado la naturaleza de los seres humanos desde que fue cuestionada
la dictadura por los filósofos clásicos de la antigua Grecia o de cualquiera de las culturas antiguas, de la Edad Media, del Renacimiento, de la Modernidad o de
cualquiera de las épocas contemporáneas.
¿Cuáles son las garantías que tendrá, ya no digamos los empresarios a quienes hoy les da su palabra de que sus inversiones serán protegidas, el pueblo de que las acciones del Estado deberán ajustarse de tal manera que respeten los derechos humanos de todos?
En el pasado reciente, fue necesaria la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso de Rosendo Radilla para obligar al Estado mexicano a
disculparse de las violaciones a la dignidad y a la vida de esas personas que dejó de proteger, pero, sobre todo, para cambiar el diseño institucional que garantizará los derechos humanos.
Los discursos no resuelven los problemas, aunque sí los han complicado, sin embargo, prefiero mejor la máxima: “Por sus frutos los conoceréis”, de ahí la pregunta inicial.