El PND-1 afirma que el “objetivo de la política económica no es producir cifras y estadísticas armoniosas sino generar bienestar”.
En tiempos de Miguel de la Madrid se incorporó en la Constitución la idea de la “planeación democrática” que debería plasmarse en un Plan Nacional de Desarrollo como “método de gobierno e instrumento de trabajo para ordenar el desarrollo nacional y hacer más eficiente la participación popular en esta tarea”. Aunque la confección de un documento rector que oriente y establezca los objetivos y políticas de la administración es una buena idea, el PND siempre ha sido una simulación. Lo sigue siendo. Se quiso plantear como un ejercicio de transparencia, participación, establecimiento de prioridades, certidumbre y rendición de cuentas. No ha sido nada de esto. Ningún gobierno desde entonces ha “sujetado obligatoriamente los programas de la administración pública federal” al PND.
Ha sido una simulación, porque más allá de la parafernalia que lo ha rodeado a través de, literalmente, cientos de foros, recepción de propuestas ciudadanas, documentos, ponencias y sugerencias, una vez elaborado y presentado, se ha guardado en un cajón y las circunstancias y voluntades políticas han dictado el ritmo y orientación de las políticas públicas. No ha servido siquiera como documento de evaluación del desempeño de los gobiernos. El cumplimiento del PND es simplemente irrelevante. Es, como dirían los juristas, una norma imperfecta: aquellas para las que no se encuentra prevista una sanción.
La nueva administración cumplió con este ritual de simulación con una novedad. Se presentaron dos documentos: uno por parte de la presidencia y el otro por parte de Hacienda que se “pegaron” de último momento. No se cuidó, siquiera la coherencia y consistencia de sus contenidos. La falta de coordinación entre el Presidente y su gabinete es evidente. El PND-1 —el de Presidencia— es una especie de manifiesto con los slogans de AMLO: honradez y honestidad, no al gobierno rico con pueblo pobre, por el bien de todos, primero los pobres, al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie… Sorprendentemente, se compromete a cumplir con asuntos no opcionales porque ya está obligado a ello: “el Poder Ejecutivo no intervendrá de manera alguna en las determinaciones del Legislativo ni del Judicial, respetará las decisiones de la FGR, Banxico, autoridades electorales e instancias estatales y municipales, se someterá a los fallos de los que México es miembro y signatario…”.
Incorpora algunas medidas concretas, pero se contradice con el PND-2, el de Hacienda. A la hora de rendir cuentas, no sabremos si exigir la erradicación de la pobreza extrema o sacar a 5 millones de ella; la autosuficiencia en maíz y frijol para 2021 o su aumento en 1.6%; la eliminación de la corrupción a casos excepcionales o la reducción de 46% en la tasa de víctimas de actos de corrupción: la reducción en 50% de índices delictivos de alto impacto o en 15.6%. Las primeras promesas son del PND-1 y las segundas del PND-2.
Preocupa, además, el desdén por apoyarse en los indicadores para medir el avance de las políticas e, incluso, utilizarlas como correctivos para modificar las políticas. El PND-1 afirma que el “objetivo de la política económica no es producir cifras y estadísticas armoniosas sino generar bienestar”. De acuerdo, pero necesitamos parámetros para evaluar cómo vamos; para medir si las políticas dan resultado y el cumplimiento de los compromisos de cambio. Si no recurrimos a ellos difícilmente sabremos si el bienestar prometido se está dando. Claro, siempre puede recurrirse a la medición por la vía de la consulta a mano alzada.
El PND-1 tiene una enorme dosis de optimismo basado en la voluntad y capacidad transformadora de un solo hombre. AMLO ha dicho una y otra vez que le dejaron un país en ruinas. La afirmación es exagerada, pero le asiste la razón en que la corrupción, impunidad e inseguridad son un desastre; el crecimiento, mediocre; la desigualdad, inadmisible; la pobreza, estancada, y los privilegios, vigentes. Él promete un paraíso. Un país de prosperidad y riqueza contra uno de bancarrota, desolación, miseria y decadencia. Quizá metas más modestas serían más apropiadas, rigurosas y cumplibles. Él ha puesto la vara altísima, a nosotros nos corresponde evaluar si el paraíso prometido se alcanzó.