La austeridad republicana extrema como estrategia central, sin importar o medir las consecuencias, ha sido hasta ahora el sello de este gobierno
No estoy de florero, argumentó Germán Martínez al momento de presentar su renuncia a la dirección general del IMSS. Misma frase utilizó AMLO al cancelar el aeropuerto de Texcoco. La queja central de Germán fueron los recortes planteados por Hacienda y el desmantelamiento de las delegaciones del instituto en los estados. En sus palabras: “algunas injerencias de Hacienda son de esencia neoliberal: ahorro y más ahorro…”.
Los recortes no son una decisión de Hacienda. Ésta ejecuta las órdenes del Presidente. AMLO pretende así financiar su proyecto, sin subir impuestos ni incrementar la deuda pública. Hacienda está implementando recortes en el gasto público que hubieran sido la envidia de la tecnocracia neoliberal durante los años de crisis económica, con la gran diferencia de que hoy no hay crisis.
AMLO se está anticipando a las necesidades de financiamiento de su proyecto. Una crisis macroeconómica sería el principio del fin de su administración. Lo sabe. Parece estar dispuesto a evitar ese escenario a toda costa.
La gran diferencia de Germán Martínez con tantos otros funcionarios de la actual administración es que tiene una autonomía e historia personal que le permiten tomar la decisión de renunciar a uno de los puestos más codiciados del gobierno, tanto por el tamaño de su presupuesto, unos mil millones de pesos de gasto diario, como por el alcance territorial de sus hospitales, guarderías y millones de pensionados. Pudo haberse quedado en la Dirección General, enfocando su gestión en Michoacán y luego buscar esa gubernatura. Ése no es su estilo.
El IMSS es la institución ideal para llevar a cabo la oferta del Presidente de brindarle salud gratis a todos los mexicanos. Para ello requiere recursos. Estamos ante la cruel paradoja de un gobierno supuestamente de izquierda, que dice querer un sistema de salud universal, y que al mismo tiempo somete a dieta estricta al sector de salud para poder financiar las grandes obras del emperador. En palabras de Germán Martínez: “los gobiernos progresistas inspirados por la justicia, buscan ampliar cobertura y calidad inyectando más presupuesto”.
Si AMLO no hubiera cancelado el aeropuerto de Texcoco, si no quisiera construirlo en Santa Lucía, hacer una refinería en Dos Bocas y un tren que le dé la vuelta a la península de Yucatán, podría tener recursos para sus transferencias sociales y no estaría ahogando al sistema de salud en particular, y al Estado mexicano en general. Pero tiene ideas fijas.
La semana pasada, los incendios forestales dejaron al descubierto una función del Estado que no se nota, salvo cuando falla. En época de sequías, se hace evidente el costo de recortar el presupuesto para combatir los incendios forestales.
También es un recuerdo de lo costoso que es hacer política pública sin antes medir sus implicaciones. Hay buenos argumentos para creer que la estrategia agropecuaria de pagarle al campesino por arriba del precio del mercado si siembra granos, llevará a una ampliación de la superficie disponible, quemando pastizales. Sin duda, son ellos los que mejor pueden cuidar el territorio nacional y prevenir los incendios, pero no lo harán si la promesa consiste en ofrecerles dinero a cambio de sembrar árboles o maíz, porque requieren un área para hacerlo.
Gobernar siempre es escoger entre el mal menor y el mayor. En un país donde AMLO lo decide todo, optó por sacrificar al sector salud, y esto llevó a la renuncia de Germán Martínez. La austeridad republicana extrema como estrategia central, sin importar o medir las consecuencias, ha sido hasta ahora el sello de este gobierno.
Germán Martínez ya solicitó regresar al Senado, a la curul para la cual fue electo. ¿Será un florero votando con Morena? ¿O lo hará con la libertad que mostró al dimitir, en contra de propuestas de López Obrador que vulneran la democracia liberal que siempre ha defendido, como la revocación de mandato? Lo veremos muy pronto.