Los comportamientos políticos de Andrés Manuel López Obrador en la presidencia de la república a un año del triunfo y con siete meses de gobierno permiten encontrar ya una caracterización politológica de su estilo personal de ejercer el poder: un caudillo clásico.
México ha tenido, cuando menos, siete caudillos a lo largo de su historia: Cuauhtémoc, Iturbide, Santa Anna, Juárez, Díaz, Obregón poco tiempo y Cárdenas. A partir del Diccionario de Política de Bobbio y Matteucci, “el caudillismo ha estado caracterizado por la presencia compleja del ‘hombre fuerte’, como el sistema social propio de los países de habla española de Latinoamérica durante la primera mitad del siglo XIX” y su función real ha sido la construcción de los Estados-nación, aunque en el camino muchos se han desviado hacia liderazgos autoritarios, únicos, personalistas, paradójicamente contradictorios con los Estados- nación prohijados y siempre acotados por la dinámica de la sociedad.
El caudillo en sí no es una aberración política; suele ser más parecido al concepto de héroe determinado por Carlyle en 1841 en De los héroes y sobre su culto y el culto a lo heroico de la historia. Traductor de Carlyle, Jorge Luis Borges resumió en una línea lo que Carlyle quiso decir: “la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan”, y Borges sabía lo que traducía porque le tocó lidiar con la parte decadente del caudillo populista Perón en Argentina. El caudillismo es el héroe que sustituye la democracia. López Obrador es un líder social, un dirigente de masas, como lo confirman sus votaciones a mano alzada. Todos los caudillos comienzan interpretando bien a la historia, pero el ejercicio del poder conduce a darle la identidad de su dirigente a los deseos democráticos.
Cuando el caudillo destruye los Estados-nación se convierte en dictador, con la misma temporalidad.
Y ahí es donde se localiza la principal contradicción del caudillismo: el liderazgo consolida formaciones sociales y construye, aunque no quiera, instituciones, y la dinámica del desarrollo de la conciencia social llega al punto de conflictuarse con el caudillismo personal que las prohijó. Los siete caudillos mexicanos fueron acotados por la construcción social a la que condujo su liderazgo.
Cómo líder de masas López Obrador llegó a la presidencia cuando la desigualdad social derivada de los sistemas empresariales autoritarios construyó una mayoría de personas marginadas en lo social y lo político. La mitad de los 30 millones de votos fueron de marginados sociales y la otra mitad se configuró de ciudadanos conscientemente hartos de las trapacerías de corrupción del PRI elevadas a un saqueo nacional durante los sexenios de Fox, Calderón y Peña Nieto.
La mitad social encontró en los latigazos verbales de López Obrador el camino para la rebelión cívica y electoral y la mitad política se acomodó a la reforma política y social que parecía promover la propuesta nebulosa de Cuarta Transformación. Pero el modelo de gobierno de López Obrador se ha centrado en lo que se conoce como “ejecutivo unitario” o centralización personal e institucionalización de las decisiones.
El otro problema con los caudillismos personales radica en su dependencia total de una persona, el líder, el caudillo. A pesar del desorden en decisiones, de la falta de nuevas instituciones del Estado para canalizar la relación sociedad-gobierno y de la concentración del Estado en el ejecutivo, López Obrador sigue manteniendo y acrecentando su carisma.
Sin embargo, siempre la realidad o el viejo topo marxista de la Historia aparece para descomponer. Todas las sociedades populistas quedan a la expectativa de los beneficios. Y ahí la principal contradicción del proyecto de López Obrador está a la vista: mantener el modelo neoliberal de estabilidad macroeconómica con programas sociales impulsados sólo vía la reasignación del mismo gasto, tapando a unos y destapando a otros.
Hacia comienzos del 2020 habrá tres variables que pondrán a prueba la estabilidad del gobierno lopezobradorista: el PIB, la creación de empleos y la inseguridad, y en las tres se prevén pasivos.
La salida positiva que tienen los caudillos radica en la transformación del liderazgo personal en un liderazgo institucional. Ninguno de los siete caudillos mexicanos pudo lograrlo y el tiempo histórico fue corto y en el caso de Díaz se alargó vía una dictadura destructora del Estado-nación construido por Juárez. Cárdenas entendió que su reelección directa o indirecta vía un incondicional iba a destruir su legado y prefirió la amargura del retiro y la construcción de la institución cardenista que gobernó hasta el 2000: el PRI y sus sectores corporativos.
Hasta ahora el proyecto de gobierno de López Obrador requiere del liderazgo personal, aunque sin haber aprovechado su mayoría absoluta en las dos cámaras para edificar un modelo de sistema político centrado en Morena.
Pero al final del día, lo que va a legitimar el liderazgo de López Obrador son los saldos institucionales y cuantitativos de su gobierno después del primer año calendario de su administración.