El otro zapato y yo- es decir, mi compañero y yo- nos habíamos guachado desde que nos vimos en la fábrica pero no nos hablamos. Tampoco nos caímos gordo. Ambos eramos de hule pegado a una delgadísima piel de vaca, pero nos creíamos cocidos a mano. Freseamos, como dicen los chavos.
Ni siquiera sabíamos hablar hasta que nos metieron juntos en una caja como si estuviéramos muertos y nos vendieron. Pudimos haber dejado de respirar adentro de la caja de cartón blanco, porque como era de esperarse olía mucho a zapatos y no había aire, pero sobrevivimos.
Días después en los aparadores de la tienda alguien gritó: “¡¡¡héitale, siguen ustedes!!!”, pero si nosotros no estábamos formados. El sujeto que nos compró no podría andar todo el día descalzo después del baño, así que nos pusieron. El mismo señor nos puso en el suelo luego de vernos detenidamente y metió sus pies renegridos y desde ese día ya no nos quitó de encima. Nos acostumbró a la chinga.
Hay que cruzar varias calles empedradas desde la colonia Guadalupe Mainero para ir a vender chicles. Las calles están todas conectadas a la red, en peligro alguien suba las suelas desgastadas. ¿Pero qué tal cuando en lugar de caminar juegas futbol? Por eso se acaba el derecho primero. Me acabo yo primero cuando el dueño se echa un vaciado, me arrugo, me hago gancho, me “encucharo”, me entran las piedras, el aire es un agujero.
Y así fue como entramos a estos pies que son nuestro calvario, antes fuimos vacas, pero un día nos hicieron zapatos, a poco nos iban a estar preguntando. Mi compañero fue cuero de una vaca negra y yo fui el cuero de otra vaca también negra pero de otra parte, nuestras vacas jamás se conocieron, ni se olieron, ni durmieron juntas. Después pudimos haber sido chamarra, reata de cuero, correa, huaraches, forro de mueble, o de perdido otros zapatos más bonitos. Pero somos estos.
Llegó la hora de los zapatos, sean estos de grueso hule o de piel muy fina, sean de tela de cortina, de piel sospechosa, el caso es que son zapatos. Con todos ellos se camina. Importa el dueño o dueña que los va pisando, entonces cubres el pié, lo envuelves, lo sudas, lo apestas, lo dejas adolorido.
Tú como zapato eres el otro zapato, el zapato izquierdo y a mi que soy el zapato derecho, por pura superstición me ponen primero, si es que me encuentran. Me les he perdido por horas y me encuentran donde siempre, junto al izquierdo.
Una vez, en el mercado Guadalupe, patee un bote. De esas veces que has pateado hasta una piedra y esta va y pega a otro bote que retacha en una pared verde va y le pega a una señora. La señora enojada nos ignora a los zapatos porque está viendo a los ojos del que nos compró y nos trajo en chinga.
Tú que había visto todo como yo, sabías que en 4…3…2…1 teníamos que correr. Ya sin vernos a los ojillos de las agujetas. Eso me marcó para siempre. Ya nomás falta que ni eso se pueda hacer, ir por la calle como pateando un bote.
Este señor que nos trae nomás tiene estos zapatos y antes que nosotros nada más tuvo otros únicos. Por eso es que uno de los dos anda sacando la lengua el otro le ayuda a sacarla.
Alguien grita “¡¡¡circulen,circulen!!!” y circulamos. Nosotros no queremos, pero no podemos hacer otra cosa por el señor tan recto que nos escogió de un mercadito de segunda mano o de segunda pata en este caso. Nadie discute eso, nos sacó del anonimato.
El zapato es el fin del mundo del cuerpo, después es tierra negra, juego sucio, orillas del asfalto negro. Caminas y los zapatos elegantes en una procesión de espejos se hacen añicos.
Llegada la hora y no solo corremos. Podemos viajar muchos kilómetros dándonos ánimos en pequeños saltos al caer sobre las piedras en un hoyo, en un bache, al asomarnos a un cráter, meternos y salir airosos de los balazos que es un carpintero clavando clavos, que no nos vio nadie salir de un agujero negro como la noche. Y todavía caminamos entre las luces que por la calle llevan a la casa. Eso tiene uno de zapato, que no tiene miedo andar por la calle.
Eres de donde pisaste, te tocó vivir en las márgenes del río San Marcos, por eso caminas como por las piedras. Cuando caminas caminas como si no quisieras pisar el agua. Cuando se moja el pie izquierdo hay de inmediato un no sé qué de desigualdad en el otro, surge un deseo ardiente de mojarse.
HASTA PRONTO