Ya de grande he tenido perros y los he cuidado en casa, pero también me he involucrado con la historia de los perros del barrio, qué día a día pelean a muerte por la tortilla.
Mi mundo es el de los perros, y conforme he vivido he valorado mi relación con estos animales cuadrúpedos y curiosos.
Cuando era pequeño se me hacia difícil pasar por lugares donde había perros, por las esquinas, en las casas con portones donde había perros grandes. Pasaba muy rápido al lado de ellos y veía cómo otros se acercaban, los tocaban y jugaban encima de sus cuellos.
En casa teníamos un perro, pero era un perro muy noble, más que humano, por tanto presiento que temía a los perros bravos, a los perros callejeros, a los que nosotros mismos de chicos teníamos miedo.
Ya de grande he tenido perros y los he cuidado en casa, pero también me he involucrado con la historia de los perros del barrio, qué día a día pelean a muerte por la tortilla. Por eso aprendí que un perro callejero no tiene a nadie, ni siquiera pulgas tiene. Aunque aunque aquí en el barrio todos están sobre poblados.
Las pulgas, compañeras de uno, también buscan a los perros ricos que comen pura carne. Los perros pobres podrían protestar que la sangre aún siendo plebeya también tiñe de rojo y si no dicen nada es porque no les conviene, quién se va a quejar por no tener pulgas, es preferible morir solo que andarse rascando cada rato. Aunque eso no quiera decir que los callejeros no tengan pulgas. Hay pulgas a las que les gusta la mala vida, demás, un perro callejero que no tiene pulgas se vuelve sospechoso entre la banda.
Uno cree que las calles son libres como el viento, pero entre los perros cada metro cuadrado tiene propietario y las calles están delimitadas según la fuerza y el potencial canino, ya sean de la hembra o del macho, aquí no se distingue el género, cuando un macho no está la hembra manda. De esa suerte, un determinado territorio, una esquina, una privada o un pasillo, siempre tiene su perro, siempre hay quien domina ese predio, a las perras y las basuras. El territorio también se hereda y sin embargo no se respeta, cuando un perro viejo muere hay una pelea a muerte por ocupar el lugar que ocupa y a veces es el lugar más triste.
Los perros normales ya saben a cuál perro le puede ladrar y hay perros a los que no pueden ver a los ojos porque atacan. Son perros que se defienden de todo porque los han lastimado y sólo se adelantan para asegurarse de que estarán a salvo.
Aprendí que todos los perros son igual de inteligentes y si uno los discrimina es por estética y para ponerles precio, ni más inteligentes ni menos, los perros actúan también según la causa y también viendo la consecuencia.
Los perros no son ricos ni pobres, sólo buscan la forma de ganarse la vida, no saben lo que es robar, pero si saben cuidar que no les roben a ellos o a sus dueños. Saben bailar y no saben, según sea el lugar, el sitio donde los pongan. En fin, cada perro tiene sus manías, sus crisis y sus pulgas.
Por eso uno no debe de sentirse mal si un perro le ladra, puede ser que anuncie su llegada, puede ser que vea en usted un peligro. Tal vez sólo le esté dando la bienvenida.
Y sobre todo, no debe molestarse si un día se cansa el perro y de un coraje y de una rascada, usted y yo- que somos las pulgas que conversamos de esto – caemos al suelo por andar de indiscretos. Tendríamos que ir a buscar otro perro y quién sabe la vida que nos toque, si sea pobre o sea rico, aunque mi compañera de perro dice que ya le da lo mismo. Así es la vida de ingrata.
HASTA PRONTO.