6 diciembre, 2025

6 diciembre, 2025

Mientras le hago la parada a un micro

Crónicas de la calle

No me vaya usted a juzgar si a su juicio habló mal de mi ciudad. La ciudad no está loca y yo tampoco. A veces así soy. Así no nací sino que así me hicieron y así me fui haciendo. A partir de aquí es su responsabilidad si gusta usted seguir leyendo. Espero que no se vayan todos, tampoco me dejen solo. Y aquí sí, sin dar explicaciones, si es peor de dónde vengo o sea peor a dónde voy, comienzo.

Acudí a la ciudad por la noche apenas pasadas las doce. En Ciudad Victoria a estas horas aún hay algunos coches por las calles. Y yo que presumía de conocer la ciudad hasta el hartazgo de noche y día, creo que en lugar de saber más más me confundí. Y en lugar de venir de aquí mismo parecía que yo venía de otra parte.

Al rato la ciudad se fue quedando sola y yo con ella. Comencé a sentir como si me abrazara. «Como si la ciudad fuera mi novia» Pensé, de manera descuidada, de esos pensamientos que uno no piensa. Que dicen que son la realidad de las cosas.

Entonces comenzó un aire fresco mucho más frío que los que acostumbra esta temporada. Un frío que me caló en los huesos. Y quise que la ciudad realmente me abrazará. Pronto encontré la acera en la cual no me daba el aire. Los postes parecían caerse con todas sus réplicas por las calles como danzantes. Iba por la calle Guerrero rumbo al sol se mete. Por el este, como si fuera a pata rumbo a Tampico. Pero igual pudo ser otra calle, juro que en ese momento no tenía importancia. El silencio escuchaba mis pasos como piedras que caían una por una calle abajo, como en un cuento de Lovecraft. 

Cuando alcé el rostro vi que de los tejados resbalaban los gatos con sus recuerdos de la ciudad nocturna. Sus recuerdos que eran quizás el sonido de un extraño violín, el rechinido de una puerta, 6 muertes  chiquitas en los lomos de una gata. Mientras los días dormían. Me habían dicho que hay textos que sólo se pueden leer de noche y yo llevaba unas hojas en blanco porque en el día fueron indescifrables. Hay hojas que ni siquiera pude tocar porque me quemaron las manos.

Pero esta era la noche con todas sus melodías oscuras. Hacía unos minutos que la noche era la noche en la noche y se han quedado dormidos los que preguntan a qué horas tienes. Comencé a hojear cuadernos que no había visto antes. Me cuide de que todo esto no fuera un sueño, y por eso me quité los lentes para cerciorarme de que sin ellos no podía ver nada. Me quité los zapatos y me calaron las piedras. Y no había truco, esta era la realidad. Supe en corto que no era mi imaginación, pues me imaginé un coche y no apareció, tal vez fui muy pretencioso con mi suerte, como nos ocurre a todos. Por si las dudas me asomé para todos lados, pero todos los coches tenían propietario. Incluso los lados.

Ahora que lo platico, no me acordé de las hojas ni del cuaderno que traía en el saco. Desde hace rato que caía una ligera lluvia. Saqué el cuaderno y comencé la lectura del primer texto con algunas verdades, justo ahí donde antes redoblaban las campanas del silencio.

Desde hace rato conforme avanzo y leo ocurren cosas, hace rato dejé de ver a mis padres y a mis abuelos. Hace rato que el murmullo del viento, lo que se escucha es una fábula. Leo un poco más. Paso por una puerta de madera que trae la fecha como una estampa. Dos pedazos de Block existen donde alguien se sentó. Un siglo escuchó a su propia ciudad después de un siglo y nadie dijo que esa fuese la historia o que fuera la única.

Ahora dice el texto que tengo que esperar a que la gente despierte, a que se intente el día de nuevo, para escribir de nuevo en ese espacio de las manos en donde la ciudad es verdad. Acaso en una grieta, en una pequeña herida de la sangre.

Y sin embargo, la ciudad sobrevive. La ciudad imimagina que existo, que voy y vengo por la calle Guerrero sin motivo alguno. Mientras pienso todo esto, se hace verdad una mano extendida, como la mía, qué por la mañana le hace la parada a un microbús.

HASTA PRONTO.

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