Al T-MEC, el tratado comercial
que substituye al Tratado de
Libre Comercio de la América
del Norte, o más sencillo, TLC, se le
atribuyen propiedades casi mágicas.
Su firma, ratificación y entrada
en vigor habría de darle, dicen,
un fuerte empuje a la economía
porque crearía la certidumbre y
confianza que son necesarias para
que los empresarios inviertan. De
lo contrario, su ausencia crearía
desconfianza y pérdidas.
El acuerdo ya fue firmado por
los presidentes de México, Estados
Unidos y el primer ministro de
Canadá. Pero no basta, para entrar
en funciones es necesario que sea
ratificado por los congresos de cada
país. Falta que lo hagan los congresos
de los Estados Unidos y Canadá. Hasta
hace unas pocas semanas parecía
estar a punto de ser aprobado por los
legislativos correspondientes. Pero el
asunto se ha complicado.
Pocos todavía sostienen que
puede ser aprobado este año. En
Estados Unidos lo hacen algunos
congresistas republicanos que de
ese modo quieren presionar a los
demócratas para darle una victoria
política a Donald Trump que fue
quien exigió substituir el viejo TLC por
el nuevo T-MEC. Es un cálculo político
porque si los demócratas no lo ponen
a votación, entonces los podrán
acusar de debilitar la economía
norteamericana y poner en riesgo
millones de empleos.
Desde el lado mexicanos se
ha sobrevendido al T-MEC como
generador de confianza y con ello se
ha acrecentado el riesgo de que si no
se aprueba pronto propicie volatilidad
cambiaria.
Lo real es que se están perfilando
dos extremos en su aprobación. O
esta se logra muy pronto, a fin de
año o en enero, o bien podría ocurrir
el 2021. Esto ocurriría porque el año
que entra, el 2020, es un año de
elecciones y el nuevo tratado puede
ser foco de conflictos surgidos al calor
de la contienda.
Si a Trump no lo corren
próximamente es muy posible que
en su campaña para reelegirse
vuelva a acusar a México de sostener
un comercio injusto, de robarse
los empleos norteamericanos, de
envíales gente malvada y drogas, y
lindezas por el estilo. Repetirá los
mensajes paranoicos de su campaña
anterior. Eso será incompatible con
impulsar la firma del nuevo tratado.
Hay que pensar en la posibilidad
de que finalmente no se ratifique el
T-MEC ni este año ni el que entra.
Y mi conclusión es que eso no sería
terrible, por varias razones. Aquí van.
En ese caso seguiría vigente el
TLC, que no es tan diferente y que a
fin de cuentas es Trump el que quiere
cambiarlo y no México. El riesgo es
que Trump en un berrinche rompa el
TLC, pero es altamente improbable.
Dudo que se atreva.
No creo que el T-MEC no dará más
certidumbre que el TLC. Este último
entró en vigor en enero de 1994 y no
evitó el desastre de diciembre de ese
año.
Cuando México firmó el TLC
parecía que eso nos colocaba como
socio privilegiado de los Estados
Unidos; casi apuntaba a crear una
zona de desarrollo similar a la de
Europa. Pero los norteamericanos
y luego México empezaron a firmar
múltiples tratados con otros muchos
países y se desvaneció la preferencia
mutua.
Se dice que el TLC impulsó
fuertemente las exportaciones
de México. Falso. Cierto que de
1994 a 1996 las exportaciones de
manufacturas se incrementaron en
un 80 por ciento. Pero no fue por el
tratado sino por la devaluación de
fin de 1994 que nos hizo altamente
competitivos durante unos cinco
años. Hasta que el peso se revaluó y se
volvió fuerte.
De hecho, las economías de los
tres países se han integrado más
con China, que entre ellos mismos.
Los tres países de Norteamérica son
muy deficitarios con el país asiático,
es decir que le compran mucho,
aunque le venden poco. El caso
extremo es México que le compramos
a China once veces más de lo que
ella nos compra. Los consorcios
norteamericanos han invertido
mucho más allá que en México. El
TLC no creó una efectiva preferencia
mutua en el comercio de los tres
países.
La explicación es que China ha
contado con algo mucho mejor que
un tratado comercial; una moneda
barata que le da a su economía una
fuerte competitividad. Esa ventaja
fue superior a su rezago inicial en
productividad y le permitió exportar,
dinamizar toda su economía, vender
y reinvertir, hasta convertirse en
gran potencia. Pero no descuidó su
mercado interno, sino que elevó
continuamente los ingresos de su
población.
Las exportaciones chinas
constituyen el 19.8 por ciento de su
producción; las de México son el
38 por ciento de nuestro producto.
Estamos más globalizados, pero
altamente desequilibrados; el
descuido del mercado interno, es
decir del bienestar de la población,
nos ha hecho fracasar.
Que sea aprobado el T-MEC es
importante en una perspectiva de
continuidad del modelo económico
del que ha sido emblemático
el TLC. Pero ese modelo ya es
inviable en un contexto mundial de
sobreproducción. Lo que Estados
Unidos espera del nuevo tratado
es que podrán vendernos muchos
más productos agropecuarios.
Es un riesgo importante porque
marcha en contra del rescate
del campo que propone el Plan
Nacional de Desarrollo y propiciaría
mayor expulsión de mexicanos
que irían a toparse con muros,
desiertos mortales y si llegan a
cruzar se toparán con campos de
concentración.
Para invertir los inversionistas
piden certidumbre; pero son
realmente pocos los campos de
inversión que abre el T-MEC. Habría
mayores oportunidades en una
política industrial de substitución
de importaciones de manufacturas
chinas, en una devaluación
administrada que imprimiera
competitividad inmediata a la
producción nacional, en una
política social que amarrara las
transferencias sociales al consumo
de la producción nacional, en un
gobierno fuertemente inversionista
en infraestructura y en rescate de
sectores productivos estratégicos.
En este último caso el T-MEC
podría ser la cereza del pastel. Pero lo
importante sería que haya pastel y eso
el nuevo tratado por sí solo no lo da.