A lo mejor soy otro desde
que decidí verme bien
y por eso ahora no
me reconozco. No soy el que
soñé ni quién imaginé ni a
quién vi en el espejo. Aun
cuando algunas personas
me recuerden y me saluden
cuando me ven caminando
por la calle.
Y no soy el niño aquel que
arrastra un carrito y que ahora
se recuerda mientras lee el
periódico, ni el joven que
corre ni el viejo que se quedó
dormido, ni soy la sombra de la
banqueta de alguien pensativo.
En otra parte escribo esto.
Y no es que sea hipócrita
y que finja ser otro que no
soy, de eso no se trata. Aquí el
único interesado en buscar y
encontrar a ese que soy soy yo,
antes de que él me encuentre.
Quiero intercambiar unas
fichas, saber si trae feria de
uno de a 20, no sé, preguntarle
cualquier cosa, pero saber
que existe o para ya confirmar
mi soledad de estar en todas
partes y en ninguna, que es
como deja de existir uno.
Me gustaría encontrarme
un día realmente. Soy tan
cotidiano y tan omnipresente
en la ciudad que ya temo
haberme encontrado antes
muchas veces, pero habré
pasado inconscientemente de
largo. A lo mejor yo andaba
buscando un taxi o le estaba
haciendo la parada a un micro.
No me vi por distraído que soy,
posiblemente haya olvidado
los lentes y todavía ni siquiera
recuerde donde los puse. A
veces los traigo puestos. A
veces los trae el otro que soy.
Pienso en cada persona
que encuentro, me busco en
los ojos de los otros, pero
repito que no es ahí donde
me encuentro. No podría
preguntarles por mí pues
es claro que me tacharían
de loco. Además correría el
riesgo de dar una descripción
errónea de mí mismo, de la
ropa que traigo, de mi calzado
desgastado, de mi estatura y
para ese entonces de mi fuerza
desmedida. Aunque soy un
guiñapo.
Desde que inicie mi
búsqueda he tenido que dar
varias veces mi nombre , mi
seudónimo, mi dislexia, mi
apóstrofe, mi autonimia, mi
heteronimia, mi afonía, mi
disonancia, mi pleonasmo de
falso transeúnte.
Me busco para entregarme
lo que traigo, aunque parezca
extraño, y para preguntar qué
es lo que traigo, para comprar
una bolsa, una maleta para
viajar con eso, con lo que me
diga que soy.
Cuando hay suficiente
silencio escucho mi voz entre
el rumbido de los carros. Veo
mis manos como pájaros. Elijo
los movimientos que me hacen
el otro, el otro yo, el que busco,
el que permanentemente
encuentro.
Tal vez soy muchas veces
ese que soy sin pensarlo. Pero
adentro y afuera es lo mismo,
sólo escucho mi voz. Hablo
de que puedo moverme de
un lugar a otro en medio de
muchas razones y muchas
preguntas, justo cuando me
doy cuenta que soy el que me
busca y el que se encuentra y
soy el que se pierde.
Me gustaría encontrarme
un día realmente y por eso
me puse la misma ropa,
los mismos dientes, se me
perdieron los mismos lentes de
hace rato, me vi en el mismo
espejo. Me mentí, me dije
cosas que no dije, enloqueci,
leí dos metros y oigo un
espacio con otro de silencio
para buscarme en los sitios
más inexpugnables del delirio.
Me gustaría encontrarme un
día y sonreír, darme un abrazo
muy fuerte y desearme mucha
suerte. Sin embargo presiento
que al contrario, hace tiempo
que he perdido el camino y
sólo finjo que camino. De tanto
decirlo el mismo camino se
hizo destino.
Para estas horas el que soy
debe saber que estoy perdido
y me ha encontrado. Tal vez
entonces sepa que soy el que
me ando buscando. Y quien
sabe…me da un poco de
pendiente. Siempre he creído
que escribir es encontrar la
inmediatez de uno. Escribir
sigue siendo un avistamiento
de musas, pero también un
encuentro solidario consigo
mismo.
HASTA PRONTO.